Cada día que pasa, Yaser Arafat tiene menos espacio político y del otro para moverse. Está entre el acero implacable de Israel que lo tiene encerrado en Ramala y la pared sangrienta de la nebulosa terrorista palestina, a la que dio alas y medios en su momento y que ahora se le revuelve y embiste.
Por supuesto, la situación está bloqueada pero esta obviedad no era necesario que la repitiera el ministro español Josep Piqué ante Sharon. Y mucho menos para pedirle a continuación que “liberara” al dirigente de la Autoridad Nacional Palestina.
Claro que Sharon suele hacer oídos sordos a este tipo de reclamaciones, máxime si vienen de un dignatario europeo aunque en este caso sea presidente del Consejo de ministros de la UE. El primer ministro israelí no está dispuesto a ceder un milímetro en su exigencia de que la ANP le entregue a los inspiradores y ejecutores del asesinato del ministro israelí de Turismo.
Ahmed Saadat, líder del Frente Popular para la Liberación de Palestina (FPLP) parece ser uno de ellos, tal vez el más importante, de modo que Arafat tendrá que pensárselo cuidadosamente si lo entrega o no. Haga lo que haga, le irá mal. Si lo mantiene detenido deberá neutralizar y controlar cada día a los seguidores del extremista palestino y sus compañeros de viaje. Si rehusa entregarlo a Israel seguirá encerrado en Ramala y tal vez –es una posibilidad– no le quede más remedio que poner tierra por medio y volver a exiliarse en Túnez, por ejemplo.
Arafat está pagando ahora los intereses de una política irresponsable. El apoyo que recibe de algunos países europeos, España entre ellos, es puramente verbal.
Y aunque no lo fuera, tampoco tendría importancia porque el Gobierno israelí mira hacia otro lado cuando vienen los piqués de turno con sus fórmulas y sus sonrisas. Lo que late tras estas formalidades es una evidencia tremenda: Estados Unidos no consulta con Europa su política exterior aunque, eso sí, recurra a los aliados cuando se trata de buscar solidaridades en la lucha contra el terrorismo.
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