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Alberto Míguez

Gibraltar: Istmo y escollo

Arrieros somos y en el camino nos encontraremos.

Apenas pasaron diez días y henos aquí de nuevo con el Peñón (de Gibraltar) a cuestas, convertido ahora en escollo para un acuerdo sobre el espacio aéreo común, un proyecto que la Unión Europea desearía consagrar en la Cumbre de Estocolmo pero que España, léase Aznar, no piensa “pasar” porque representaría ni más ni menos que consagrar la soberanía británica sobre el aeropuerto gibraltareño, construido en el istmo que separa “la plaza y castillo” de la llamada verja fronteriza que tanto duele ahora a los “llanitos” aunque fue la metrópoli británica quien la construyó para aislar a sus soldados de una epidemia de cólera.

En efecto, los británicos construyeron en los años cuarenta un aeropuerto sobre el istmo sin pedir permiso a nadie y mucho menos a España que entonces era una detestable dictadura a la que podían hacérsele todo tipo de perrerías.

Según la teoría de los hechos consumados, a los que tan proclives son las potencias coloniales, el istmo siguió siendo aeropuerto para uso y disfrute de la RAF, aviación militar británica aunque, eso sí, todavía hoy cada vez que despega un aparato, sea militar o civil, hay que parar la circulación fronteriza porque la carretera principal de la colonia atraviesa la pista: en una demostración muy andaluza de chapuza y cachondeo.

En los últimos días el “virrey” Caruana, ministro principal o lo que sea de la colonia, lanzó la idea de que habría que reformar la Constitución del lugar incluyendo el derecho a la autodeterminación que, como todo el mundo sabe, es el derecho a la independencia, sino que se lo digan a los nacionalistas vascos y demás familia.

La propuesta de Caruana cayó como un jarro de agua fría sobre la mollera del gobierno español: Aznar y Piqué no fueron precisamente moderados y advirtieron que si el Foreing Office británico permitía aquel desafuero, se atuviese a las consecuencias.

En eso estamos: las consecuencias de este rifirrafe reciente es que España en Estocolmo opondrá el veto al espacio aéreo común si la directriz sobre “cielos abiertos” no incluye una cláusula donde se hace constar que queda pendiente el problema de la soberanía sobre el aeropuerto de Gibraltar, además de otra cláusula en la que se advierta que la directiva no se aplicará mientras Londres no ponga en vigor el acuerdo hispano-británico de 1987 sobre el uso compartido del citado aeropuerto.

La historia de este acuerdo constituye un paradigma del comportamiento británico en el tema de Gibraltar durante los últimos años.

El Gobierno de Londres firmó aquel acuerdo sabiendo que no lo implementaría porque previamente iba a pedir su opinión a los “llanitos” que, por activa y por pasiva, habían dicho que lo rechazaban.

Esto quiere decir que firmó un documento con un país amigo, socio y aliado para incumplirlo, algo verdaderamente escandaloso. No es la primera vez que los británicos hacen esto y hay que suponer que tampoco será la última.

Todo esto explica, desde luego, el “cerrojazo” español en Estocolmo aunque obviamente la no aceptación del espacio aéreo común afecte a todos los países miembros de la UE. Pero esos mismos países deberían aprovechar la oportunidad para reflexionar sobre el anacronismo que significa la existencia de una colonia británica en el territorio de un país europeo. El mantenimiento de este anacronismo debe tener un coste para todos. Incluido el Reino Unido, of course.

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