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Alberto Míguez

La bofetada turca

Probablemente, la negativa turca de permitir a las fuerzas norteamericanas transitar por su territorio rumbo al norte de Irak ha sido el acontecimiento más grave para la seguridad de Europa y el futuro de la OTAN de cuantos se han producido en esta pre-guerra.

La negativa demuestra algo que muchos suponían, pero que no se atrevían a denunciar: el gobierno turco, islamista “moderado” (¿hay islamistas moderados?), no es fiel a los compromisos contraídos por los anteriores ejecutivos y avalados por las fuerzas armadas, donde se concentra la legitimidad política del país, laico y republicano.

El Primer ministro Abdullah Gül no ha podido o no ha querido poner toda la carne en el asador parlamentario cuando se discutió el acuerdo con los USA para permitir el paso de las tropas y el material consiguiente. Su partido es mayoritario, tiene la fuerza política necesaria y no consideró útil concertarse con otros grupos en un asunto de tanta envergadura. Quería la paz con honor y ahora tendrá la guerra y el deshonor, como dijo Churchill en frase memorable.

Pero es que previamente el mismo primer ministro turco y sus colaboradores habían regateado, como si se tratara de materia de zoco o de bazar, las “compensaciones económicas” del pasaje en una prueba suplementaria de que al AKP (Partido de la Justicia y el Desarrollo, vaya nombre) le traen al pairo los principios morales y las ideas: tanto tienes, tanto valgo. Los islamistas moderados turcos no se venden, simplemente se alquilan.

Con anterioridad a este indecente cambalache, Turquía había generado en el seno de la OTAN una de las crisis más graves de cuantas atravesó la organización al solicitar apoyo de los aliados para garantizar su seguridad con medios técnicos y tropas en caso de que la guerra estallase y su vecino, Irak, le involucrase en el conflicto. Estados Unidos y los países que apoyan a Washington con más pasión y entusiasmo (entre ellos, por supuesto, España) lucharon a brazo partido en la Alianza contra franceses, belgas y alemanes que se negaban a autorizar el envío de cohetes “Patriot”, “Awacs” y otros medios de disuasión, porque eso significaría que la OTAN aceptaba el principio de una guerra anunciada en la que la organización en modo alguna debería involucrarse. Finalmente el secretario general, Robertson, encontró una solución haciendo que el Comité de Planes (en el que no participa Francia) avalase el proyecto.

Turquía, pues, logró la solidaridad transatlántica cuando la solicitó y no fue fácil para ciertos aliados. Pero cuando se trató de responder lealmente a esta solidaridad, lo que el gobierno turco hace es ni más ni menos que regatear su precio para después permitir que este acuerdo de feriantes se desmorone por tres votos de diferencia.

La bofetada turca a Estados Unidos, pero también a todos los países aliados y muchos europeos, reviste las características de la peor tradición oriental: todo se compra, todo se vende previo regateo y cambalache, los aliados dejan de serlo cuando conviene o interesa, los acuerdos firmados se los lleva el viento, los compromisos se saltan a la torera y cuando la necesidad apremia, los amigos se convierten en sombras del pasado. Todo ello según las famosas tradiciones de la Puerta Sublime y del imperio otomano. Si Artaturk levantase la cabeza, caería fulminado. ¿Y este es el país al que hace apenas unos meses se ha franqueado la entrada en la Europa común de las libertades y los tratados, de la prosperidad y la palabra dada? Vaya futuro el de la UE con socios como estos.

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