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Alberto Míguez

La dictadura de los gafes

Los regímenes totalitarios suelen ser especialistas en buenas noticias. Dado que aparentemente la sociedad que oprimen y exprimen es un dechado de virtudes, prosperidad y decencia, no cabe la equivocación, el error o simplemente la metedura de pata. Nadie yerra, los dirigentes son sabios, el partido siempre tiene razón y el porvenir es radiante. De modo que cuando fallan escandalosamente los mecanismos de control y se producen, por ejemplo, catástrofes naturales o desgracias colectivas inesperadas todo el mundo calla y a los ciudadanos, más bien súbditos, que les den morcilla.

La gravísima epidemia de “síndrome respiratorio agudo y grave” (SRAS) ha sido, sobre todo, producto de esta política mentirosa y mezquina que caracteriza a la dictadura china desde su nacimiento en los años cuarenta del pasado siglo. Hace seis meses que la neumonía atípica hacía estragos en ciertas provincias del Sur pero las autoridades ni lo reconocieron ni lo comunicaron a la OMS. Cuando se descubrió el pastel era demasiado tarde y al decidirse las autoridades sanitarias a contar la verdad al mundo, nadie les creyó. Ni siquiera ahora cuando ofrecen datos de enfermos, fallecimientos y curaciones tienen la más mínima credibilidad.

La catástrofe del submarino es una prueba suplementaria de cómo actúa la cúpula del poder chino: sólo cuando surgieron los primeros rumores vehiculados por las radios de Hong Kong y Taiwán decidió Jiang Zemin –el verdadero hombre fuerte del país porque controla el poder militar– contar lo que pasó aunque eso sí, sin explicar dónde, cómo y por qué.

Dado que los comunistas chinos consideran a la población menor de edad, es probable que nunca se aclaren las razones de esta nueva catástrofe que, como en el caso de la neumonía fue originada muy probablemente por la incompetencia, la hipocresía o la corrupción de uno o varios funcionarios. Si acaso caerán algunas cabezas, burócratas secundarios e irrelevantes, como se hizo con el alcalde de Pekín y el viceministro de Sanidad cuando hubo que castigar a alguien por la barbaridad de la neumonía atípica.

Incluso la utilización de ciertos rumores –como por ejemplo que el nuevo presidente, Hu Jintao, representante de la nueva generación, es “gafe”– puede servir para crear un cómodo chivo expiatorio que, si fuera necesario, podría cargar con la responsabilidad principal de todo lo sucedido, hacer la preceptiva autocrítica y retirarse a la Ciudad Prohibida a cuidar crisantemos. De lo que se trata ahora es de evitar que, como dice el refrán (también chino) “la cabeza del emperador sirva de pararrayos”.

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