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Alberto Míguez

La ley del embudo

Uno de los arcanos más difíciles de entender tanto en su teórica como en la práctica es la llamada política española de emigración. Todos los días llegan a las costas españolas decenas o cientos de emigrantes clandestinos y sólo una parte mínima de quienes aquí arriban en condiciones dramáticas es devuelta a sus países de origen (los marroquíes son mayoría entre los “retornados”) mientras que al resto, sobre todo subsaharianos pero no sólo, se les provee de un hatillo de ropa, un billete de autobús y... a buscarse la vida, es decir, a formar parte de esa masa incontrolada de sin papeles cuyo número el Gobierno no conoce ni tiene voluntad de averiguar.

Durante algunos meses el aeropuerto de Barajas se convirtió en una salida relativamente fácil para aquellos cubanos que deseaban abandonar la isla porque no aguantaban vivir en la tiranía castrista. Las instalaciones del aeropuerto madrileño no tenían, desde luego, condiciones para alojar a los cubanos que pretendían quedarse en España, de modo que para evitar aquellas aglomeraciones el Ministerio del Interior decidió exigir visados de tránsito a todos los cubanos que hicieran escala en Madrid. Se acababa así con el problema porque en ningún momento las autoridades del Ministerio del Interior aceptaron petición alguna de asilo político, un uso extendido a cuantos “por razones económicas” emigran a España.

El número de asilos políticos concedidos cada mes en España se puede contar con los dedos de una mano y seguramente sobrarían dos. Hay que demostrar que en el país de origen se corren riesgos graves o se ha sido objeto de persecución, cárcel, tortura o amenazas. Y como todo eso es casi imposible de probar para un kurdo, un libio, un norcoreano, un iraquí o un cubano, se rechaza la solicitud y... santas pascuas. Pero una cosa es rechazar la solicitud de asilo y otra muy diferente es embarcar por la fuerza y esposados en el vuelo de La Habana a quienes solicitaron asilo y les fue denegado. Una decisión de tales características significa entregar a la policía castrista a estos “retornados” y rompe desde luego una tradición de acogida y asilo propia de un país democrático.

La política española hacia Cuba sigue siendo un batiburrillo ambiguo adornado con el oportunismo diplomático del caso y la falta de sensibilidad tradicional de nuestra clase política, sea de derechas o de izquierdas, cuando se trata de dictaduras infames y máxime si son iberoamericanos. Esta entrega siniestra, si llegase a producirse, confirmaría el error y el horror de una política doméstica y exterior, sin rumbo ni moral.

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