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Alberto Míguez

La ley del gallinero

En las columnas del diario Pagina 12 de Buenos Aires, uno de sus articulistas escribía un tremendo comentario titulado “La Ley del gallinero y una teoría de las cacerolas”.

Mempo Giardinelli empezaba así su texto: “La Ley del Gallinero, tan popular en la Argentina, es verdaderamente cruel. Su postulado básico dice que en todo tinglado las gallinitas del palo de arriba defecan sobre las del escalón inferior. Por extensión, en el tinglado de la vida, cada uno jode siempre al que está un poco más abajo y eso, en esta Argentina desoladora, se tiene por natural y lógico y aceptado.”

“En estos días tan severos de la Argentina –sigue escribiendo Giardinelli– los de arriba siguen defecando sobre los de abajo. Pero los de arriba no son solamente los diputados y senadores...”

El comentario refleja una tentación generalizada en la sociedad argentina, sometida estos días a la presión de los de arriba y a sus propios demonios familiares: autoflagelación y desespero. O desesperación y flagelo.

Para completar la operación se buscan afanosamente chivos expiatorios. Y para encontrarlos ¿dónde mejor que en las ergástulas transnacionales donde las empresas foráneas (españolas, gringas, francesas o canadienses) fabrican la miseria del pueblo llano e inocente? Tales empresas reciben ahora el justo castigo a su perversidad.

O mucho me equivoco o empezará muy pronto el fuego graneado contra los chupasangres “gallegos” que arribaron hace años al socaire de las privatizaciones para hacer la América con ciertas complicidades criollas que ahora también se ocultan cuidadosamente.

Desde la Madre Patria, sin embargo, se aconseja a los damnificados (bancos, Telefónica, Repsol, Endesa) que acepten disciplinadamente “el coste” –son palabras del ministro Piqué hace unas horas– de esta crisis económica como si fueran ellos los responsables del desaguisado. Las gallinitas del palo superior (léase gobierno, sindicatos, pueblo llano “acacerolado”) tienen el campo libre para hacer de cuerpo sobre los segundos escalones empresariales y extranjeros.

Mientras tanto, el nuevo ministro de Economía, Remes Lenicov, rehusa hablar con Rato “por cortesía”. Y comenta sarcástico: “Después de que se apruebe la ley, nos sentamos a charlar”. La primera cagarruta, en la frente.

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