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Alberto Míguez

La trampa liberiana

En las últimas cuarenta y ocho horas se produjeron más de 300 muertos y dos mil heridos en las calles de Monrovia, la capital de un país que ya no existe, Liberia. Guerrilleros de un grupo autodenominado “Liberianos unidos por la Reconciliación y la Democracia” se enfrentaron a tiro limpio, con cuchillos y catanas a las tropas más o menos regulares del gobierno presidido por Charles Taylor, un genocida buscado por la comunidad internacional a causa de sus crímenes en la guerra civil de Sierra Leona, otro país también prácticamente desaparecido.

Taylor, que fue antes de presidente del país, caudillo guerrillero, inició su carrera política cortándole las orejas al sargento Samuel Doe, que a su vez había llegado al poder fusilando en la playa de Monrovia al gobierno más o menos democrático protegido por Estados Unidos (pero sobre todo por la compañía Firestone) en los años setenta. Doe fue desorejado ante la televisión y posteriormente ejecutado también ante las cámaras.

Taylor logró acabar con sus enemigos (“yo no tengo enemigos, dijo, los maté a todos”) gracias al inapreciable apoyo de un ejército de borrachos y niños narcotizados que cometieron todo tipo de felonías antes de conquistar Monrovia, la capital, antes una urbe moderna y hoy un campo de ruinas. Después, organizó unas elecciones y naturalmente las ganó por goleada. Pero como además de un presidente “democrático” Charles Taylor era también un conocido contrabandista de oro y diamantes, aprovechó la oportunidad de que en el país vecino, Sierra Leona, había un conato de guerra civil y apoyó a uno de los grupos armados. Fue un excelente negocio porque se hizo con muchos kilos de oro en polvo y no pocos diamantes. De paso, asesinó, mutiló y torturó a miles de desgraciados convertidos en esclavos y mendigos. Cuando se acabó el oro y los diamantes, regresó a su país, Liberia, una curiosa República fundada por esclavos libertos norteamericanos en el siglo XIX: el primer país independiente de África negra.

Liberia siempre fue algo así como un protectorado norteamericano, y en la primera mitad del siglo XX se hablaba de esta República de libertos como un ejemplo exitoso de descolonización. Hasta que llegó el ya citado sargento Doe y empezó la masacre.

Empezó y siguió porque, desde hace quince años, lo que fue un país se ha convertido en un infierno portátil y expansivo donde se producen fenómenos tales como mutilaciones, caza de niños para convertirlos en soldados y de niñas para prostituirlas entre la soldadesca, actos rituales de antropofagia, mutilaciones, empalamientos, etc. En Liberia, los chacales están muy bien alimentados.

Al presidente Bush no le gusta nada Charles Taylor y hace un par de días le sugirió que abandonara el poder y el país antes de que los marines desembarquen en la playa de Monrovia; algo que, por cierto, han hecho ya en muchas ocasiones, la última vez hace quince días, para salvar a la colonia norteamericana allí instalada, que es numerosa y ahora se encuentra acantonada entre los muros de la embajada USA.

El Departamento de Estado acaba de admitir que los marines podrían participar en el “grupo de vigilancia del alto el fuego”, una tregua firmada hace una semana en Accra (Ghana) y que duró menos que un milhojas a la puerta de un colegio. Pero ha sido el representante británico en Naciones Unidas, el muy honorable embajador Jeremy Greenstock, quien habló el jueves pasado sin pelos en la lengua sugiriendo que los marines pilotasen una fuerza multinacional. “Si una nación estuviese dispuesta a intervenir en Liberia, su acción sería ampliamente apreciada” dijo con un punto de humor Greenstock”. Los Estados Unidos serían el “candidato natural” para esta intervención.

Naturalmente que antes de mandar a los marines, el presidente Bush se lo tiene que pensar cuidadosamente. Es probable que en un par de días los “boys” logren pacificar aquel horror. Pero podría ocurrir que les llevase algunos meses y que la cosa no fuese tan fácil. Nunca se sabe: acuérdense de Somalia. Antes de sentar a Charles Taylor ante el Tribunal especial para los crímenes de Sierra Leona, las tropas americanas podrían caer como pardillos en la trampa liberiana. Cosas más raras se han visto en esta África ensangrentada y sin (aparente) solución.


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