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Alberto Míguez

Lágrimas, sudor y... consenso

Durante su larguísima campaña electoral (más de dos años) no les prometió Alejandro Toledo a sus compatriotas lo que Churchill a sus conciudadanos al iniciarse la II Guerra Mundial: sangre sudor y lágrimas. De hacerlo, hubiera perdido estos comicios.

Pero ahora, debe enfrentarse con una realidad irreductible que difícilmente podrá vencer con las promesas risueñas y solemnes de las que echó mano en tantos discursos aunque, eso sí, sin llegar a los extremos y al cinismo de su oponente, Alan García. Pronto, los peruanos advertirán que muchas de estas promesas fueron brindis al sol y que el país sólo se recuperará con sacrificios, trabajo y sentido común, tres valores un tanto olvidados tras diez años de avalancha fujimorista.

Toledo puede gobernar solo o en compañía de otros, con el apoyo de García o de Lourdes (Flores), con o sin la bendición del FMI y del Banco Mundial, pagando o aplazando la deuda, limándole los dientes a los militares golpistas, acabando o controlando la corrupción. Todo esto tendrá que hacer en los próximos meses. Y deberá hacerlo tras crear un cierto consenso con todas las fuerzas política y sociales, porque en solitario no podrá o no le dejarán.

Por simple aritmética parlamentaria deberá establecer pactos en el Parlamento y, por sentido común, tendrá que contar con los sindicatos y la patronal para frenar la inflación, aumentar la productividad y tranquilizar a los inversores extranjeros. En apariencia, objetivos tan ambiciosos y manifiestos no podrán alcanzarse sin sacrificios compartidos, tanto más difíciles cuanto afectarán a la inmensa mayoría de los peruanos en una democracia no consolidada y con un pueblo harto de ser engañado por demagogos populistas y caudillos autoritarios.

El principal problema de Toledo será explicar que el viejo régimen ya no está y que el nuevo, una sociedad próspera y de libertades, todavía no llegó. Para eso necesita tiempo, una tregua que algunos llaman “estado de gracia” y que puede durar tres meses o cien días. Ojalá, después de las lágrimas y sudor no venga la sangre. No sería la primera vez en la conturbada historia del Perú en el siglo XX.

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