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Alberto Míguez

Las apariencias engañan

Conocí a Arnoldo Alemán hace veinte años cuando era el más popular alcalde que Managua tuvo en los últimos años del siglo XX. El país, Nicaragua, estaba saliendo de la dictadura sandinista y Arnoldo, que había sido encarcelado arbitrariamente por los hermanos Ortega y sus sayones, constituía un símbolo de rebeldía, coraje y prudencia.
 
Lo acompañé durante varios días por los barrios más miserables de la capital nicaragüense y la gente le aclamaba fuese a donde fuese porque lo que prometía lo cumplía “al día siguiente”. Sencillamente me fascinó.
 
Lo último que le advertí cuando me despedí de él es que sus enemigos sandinistas, mezcla de delincuentes comunes y burócratas torturadores, intentarían asesinarlo porque era una alternativa segura a la presidencia de la República. Lo intentaron cinco veces y en una de ellas mataron a dos de sus guardaespaldas. Pero no impidieron que ganase las elecciones por goleada. Qué suerte tienen ustedes, les dije entonces a mis amigos nicaragüenses, el presidente Alemán es un gran tipo, dejará huella.
 
Me equivoqué de medio a medio lo que demuestra una vez más lo peligroso y aleatorio que son este tipo de previsiones cuando no se vive sobre el terreno y se contemplan realidades lejanas desde la óptica de un liberal europeo.
 
Poco a poco me fueron llegando extraños rumores sobre los manejos corruptos no tanto del “señor Presidente” sino de sus próximos y de su familia. No me lo creía hasta que un empresario español que intentaba establecerse en Nicaragua me contó con pelos y señales una entrevista con la hija del presidente en la que ésta le pidió ni más ni menos que ¡un millón de dólares! para un fondo de re-elección de su progenitor. Nicaragua se había convertido en el patio de Monipodio por arte e inspiración de una persona que “vendía” una excelente imagen tras la rapiña y la desvergüenza de los “comandantes” sandinistas.
 
Han sido necesarios bastantes años, un procedimiento judicial contradictorio y lentísimo para que el ex alcalde de Managua haya sido, al fin, condenado a veinte años de cárcel por lavado de dinero, fraude, malversación de fondos y corrupción. Alemán vive tranquilamente en una de sus fincas y probablemente no entrará en la prisión de Tipitapa donde les espera una celda para presos escogidos. Sus partidarios –que los tiene y no son pocos– han intentado hasta ahora evitarle el mal trago de modo que este ladrón de guante blanco, su familia y sus colaboradores en el gran latrocinio organizado desde la jefatura del Estado, no pagarán su deuda con la sociedad.
 
Lo peor de esta historia no es la ingenuidad de quienes, como yo, creímos en la honestidad de este gran comediante disfrazado de reformador social y luchador contra la tiranía. Ya se sabe que las apariencias engañan, en Managua o en Nueva Zelanda. Lo peor es el descrédito que con esta condena ha caído también sobre cuantos lucharon valerosamente contra el sandinismo destructor aunque fuesen gentes intachables como es el caso del actual presidente Enrique Bolaños a quien también conocí muy bien hace dos décadas y que era entonces, lo sigue siendo, un modesto empresario y un político decente. Ojalá, como dicen los castizos madrileños, no venga después el tío Paco con la rebaja.

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