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Alberto Míguez

Lo que cambian son las moscas

Hace ya bastantes años, en el Portugal de la “revoluçao” los grupos extraparlamentarios solían comentar tras cualquier comicio electoral que “la porquería es la misma, lo que cambian son las moscas”. El resultado de las elecciones presidenciales argentinas en su primera vuelta podría inspirar un comentario semejante: la gente votó lo que le ofrecieron; pero la oferta estaba dañada de origen, de modo que el desastre estaba garantizado.

Así ha sido: dos candidatos peronistas, no los peores, deberán disputar el próximo 18 de mayo la banda presidencial en segunda vuelta. En el camino han quedado el “neoliberal” (¡vaya palabra!) López Murphy y la “iluminada” populista Elisa Carrió, cuyos resultados fueron honorables (17 y 14 por ciento, respectivamente) pero insuficientes para la segunda vuelta.

Aunque Carlos Menem y Néstor Kirchner vienen de la misma y contradictoria familia, la peronista, entre ambos hay enormes diferencias, tanto en lo que respecta a la gobernabilidad del país como en los medios para conseguirla. Menem ofició durante la campaña de taumaturgo económico capaz de llevar al país a la paz social y a la prosperidad gracias al supuesto control sobre los sindicatos y a sus habilidades o marrullerías. El modelo liberal que dice defender podría “casar” con el de López Murphy, a quien probablemente pedirá ayuda para la segunda vuelta. Kirchner cuenta con el apoyo nada banal del presidente saliente, Eduardo Duhalde –era su candidato y sucesor designado– y, sobre todo, del actual ministro de economía, Roberto Lavagna, el hombre del “milagro” tras la crisis del “corralito” (diciembre 2001).

Ni que decir tiene que el gobernador de San Luis tiene más posibilidades de ganar la competición que Menem una vez que éste haya agotado toda la panoplia de trucos e invenciones a la que tiene acostumbrado al país. Kirchner es el peronismo en versión pura y arcaica: demagogia, populismo, corrupción sindical y patronal, etc. No engaña a nadie. Necesitará probablemente los votos de su correligionario y candidato Rodríguez Saa y de la “iluminada Carrió” para ganar la elección. Y es seguro que ninguno de ellos le negará tal apoyo: como dicen en Brasil, entre bomberos no se pisa la manguera.

Morales Sola, el analista de “La Nación”, el gran diario bonaerense, escribía horas atrás que los argentinos buscaron en esta primera vuelta asegurar la estabilidad y la economía. Pero la estabilidad política sólo se consigue en Argentina con un control férreo sobre la mafia sindical y la no menos mafia parlamentaria, mayoritariamente peronista. Y ahí es fundamental “el aparato” del partido –que Menem controla sólo en parte–, en manos de Duhalde, Kirchner y demás demagogos populistas. Recordemos –Morales lo hacía en su análisis postelectoral– que Duhalde no tuvo que enfrentarse a ninguna huelga importante durante su presidencia mientras que a su antecesor, el pobre De la Rúa, le organizaron ¡17 paros nacionales y cientos de huelgas parciales durante su catastrófico mandato! Así cualquiera asegura la paz social: lo difícil es hacerlo con los sindicatos en contra y una situación social caótica.

Algunos pueblos tienen una tendencia irremediable hacia la autoflagelación y el suicidio. A estas alturas creer que el peronismo –un proyecto político antediluviano, corporativista y autoritario– puede todavía construir un país moderno, próspero y democrático, parece una broma de mal gusto o un ejercicio de sadomasoquismo. Pero el pueblo es soberano: tanto para acertar como para equivocarse de medio a medio. Hace unas horas se vio con claridad en la República Argentina.

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