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Alberto Míguez

Los amigos españoles de Jatamí

Ni en sueños hubiera podido creer el clérigo Mohamed Jatamí, líder de la revolución teocrática iraní, que iban a salirle tantos amigos (y amigas) en la Villa y Corte española.

Antes de que poner sus piadosas plantas en tierra española Jatamí ha tenido derecho a una defensa cerrada, unánime y entusiasta de sus partidarios y admiradores, que los debe tener a millares a juzgar por el aplauso cerrado que se llevó el gobierno de Aznar por parte de comentaristas, analistas y lamefístulas del foro, literalmente encantados con las cesiones protocolarias del ejecutivo.

Todos ellos, convencidos de que el viaje del mulah es el primer episodio del cuento de la lechera. Este señor trae las faltriqueras llenas de contratos millonarios, petróleo, alfombras voladoras, pistachos: los ayatolahs son los primeros productores y exportadores mundiales de pistacho, una semilla imprescindible en aperitivos y otras costumbres impías y alcohólicas.

La tesis es sencilla y aleccionadora: el gobierno debe bajarse las calzas o las bragas (depende del sexo ministerial) si el visitante ofrece un contrato, un concurso, un pantano, un yacimiento, una cosa, a los audaces empresarios indígenas; porque ya se sabe que los empresarios son la quinta esencia del patriotismo, los representantes genuinos de este pueblo de quijotes y de sanchos pasados por la Ceoé y otros centros de pensamiento.

No importa cuál sea la catadura moral del régimen que representa el menda ni las costumbres practicadas en su país de origen: antropofagia, lapidación de adúlteras, tortura y mutilación, pena de muerte en público o en privado, castración o ejecuciones públicas. Son pequeños detalles, “cuestiones de forma” como acaba de decir la inefable Ana Palacio, siempre con la frase oportuna y la palabra necesaria en los labios.

Asombra que una señora tan culta y sensible como Concepción Dancausa, secretaria general de Asuntos Sociales y otros asuntos por el estilo, despache el papelón ante Jatamí con una frase tan necia: “a donde fueres, haz lo que vieres”. Da la casualidad que cuando los españoles o las españolas visitan Irán, por ejemplo, se ponen el chador hasta en la ducha, porque si no, los “pasradanes” (algo así como los carabineros en vesión chiita) le ponen una multa como hace cuarenta años se usaba en España por no llevar albornoz en las playas.

Según la ilustrada tesis de la señora Dancausa cuando los respetuosos españoles van a Teherán tienen que cumplir a rajatabla todos los usos locales pero cuando los iraníes viene a Madrid imponen sus conductas y costumbres y los ministros, los diplomáticos, los alabarderos y los maceros, la señora Palacio y todas las marujas o manolos del lugar deben tragarse el sapo. Así cualquiera viaja. Bienvenido, Mr. Jatamí.

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