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Alberto Míguez

Mal empezamos

La tenue ilusión de que tras la muerte de Arafat israelíes y palestinos entraban en una nueva etapa favorable al diálogo y a la negociación aparece, pues, como una ilusión tan improbable como difícil.

No habían transcurrido siquiera tres horas tras el anuncio de la esperada muerte de Arafat cuando surgieron las primeras voces pidiendo sangre y lágrimas.
 
Las llamadas “Brigadas de los Mártires de Al Aqsa”, responsables en el pasado de varios cientos de asesinatos y decenas de atentados contra “objetivos” (civiles) israelíes, anunciaron dos cosas: primero, que cambiaban de nombre. De ahora en adelante se llamarán “mártir Arafat”, algo absolutamente irrelevante. Segundo anuncio: seguirán golpeando a Israel y a sus fuerzas de seguridad “allí donde se encuentren”. La guerra, pues, continúa.
 
Arafat negaba que los “mártires” en cuestión dependieran jerárquicamente de sus hombres de mano, aunque todo el mundo sabía que los atentados y crímenes que se atribuían habían sido consultados previamente con el “rais”. Ahora la “cadena de mando” puede haber variado, pero la inspiración de esta gavilla criminal especializada en hombres y mujeres “bomba” en territorio “enemigo”, es decir, en Israel, sigue siendo la misma.
 
La tenue ilusión de que tras la muerte de Arafat israelíes y palestinos entraban en una nueva etapa favorable al diálogo y a la negociación aparece, pues, como una ilusión tan improbable como difícil. La vieja guardia que rodeaba a Arafat ha heredado su poder y sus instrumentos de extorsión. Por ahora no hay razón alguna para creer que no los utilizará con la misma saña o como instrumentos de disuasión para neutralizar a cuantos aspiran al poder ahora más o menos vacante.