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Alberto Míguez

Más de lo mismo

Tras dos días de idas y vueltas, negociaciones, chalaneos y cambalaches, Francia tiene nuevo gobierno, el tercero de la era Chirac presidido por el anterior primer ministro, Jean Pierre Raffarin.
 
El presidente de la República no se dio por enterado del varapalo monumental recibido el pasado domingo por su partido (la UMP) en las elecciones regionales cuando la izquierda ganó en 23 de las 24 crircunscripciones. El país pedía, claramente, un cambio y el presidente, le ha ofrecido un cambalache. Su colaborador más querido, obediente y cortés, el hasta ahora ministro de Exteriores, Dominique de Villepin, pasa ahora a ocupar el siempre conflictivo y deseado ministerio del Interior donde residía desde hace dos años Nicolás Sarkozy, verdadero bulldozer de la política gala y candidato a la presidencia en 2007.
 
Tal vez entonces Chirac se presente de nuevo o presente a uno de sus colaboradores más dóciles. Sarkozy irá a un nuevo superministerio de Economía y Finanzas donde tendrá que hacer virguerías para sacar al país del hondón económico y social donde se encuentra. De un tiro, el presidente ha derribado dos pájaros.  Para sustituir a Villepin en Exteriores el presidente recurrió a otro tecnócrata elegante y “charmeur” (encantador), el comisario europeo, Michel Barnier.
 
El resto de los ministerios queda mas o menos como estaba. La insufrible señora Alliott-Marie sigue en Defensa hasta que convierta en virutas  la “force de frappe”. El ministro de Transportes, Gilles de Robien, un liberal de obediencia estricta autor por cierto de una excelente biografía de Alexis de Tocqueville, sigue al mando. El portavoz del gobierno, Jean François Coppé, no se mueve. Ni el titular de Justicia,ni…Todos ellos fueron derrotados el domingo pero eso no le importa a Monsieur le President. El rebelde intelectual de la nueva derecha francesa, Luc Ferry, sale catapultado del ministerio de educación y el alcalde de Toulouse, Douste Blazy, cardiólogo meritorio y gran enredador, entra el fin en el gobierno.
 
Chirac ha preferido lo malo conocido a lo bueno improbable. Y de paso ajustó cuentas con el ambicioso y popular Sarkozy que ahora ocupará sus ocios en controlar el déficit público y conseguir que Francia cumpla el pacto de estabilidad. Misión imposible, esfuerzo baldío.. En las elecciones europeas de junio podrían reproducirse los mismos resultados de hace una semana. Entonces, tal vez, el presidente despida a su primer ministro.
 
 

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