Aunque no se sabe todavía muy bien quién dice mentira y quién verdad en la tragicomedia organizada alrededor de una visita a Tánger de Felipe González con cafelito incluido en el discreto y bello hotel Minzah, está claro ya quién se ha llevado el gato al agua en este asunto: el Gobierno marroquí y su anciano primer ministro Abderrahmán Yussufi, zorro viejo en estos esperpentos como quedó claro en la también gloriosa visita de Zapatero al reino de los alauitas hace algunos días.
Yussufi se debió enterar por los periódicos de este viaje accidental como dio a entender a la SER, y el espía paraguayo de la embajada española en Rabat, disfrazado de camarero en los jardines del Minzah, confundió a González con Chaves y a Yussufi con el líder del Polisario. En el agobio de estos días (el Minzah suele estar vacío en febrero, lo sé por experiencia) los pasillos del hotel se parecen mucho al Metro Sol en horas punta.
Entre los desmentidos de González y los indicios de Piqué, a los marroquíes este asunto les alegra, conviene y divierte porque deja a la altura de los caballos al Ejecutivo y al jefe de la oposición del país vecino: ellos saben mejor que nadie quién es el ventrílocuo de Zapatero y quién su sombra, saben incluso quién le sopla al secretario general de los socialistas en el cogote. El rifirrafe hispano-español debilita finalmente la política del Gobierno de Madrid, que es de lo que se trata ahora, con el asunto del Sahara al rojo vivo y en el Consejo de Seguridad, el embajador retirado y todos con estos pelos.
En cuanto al papelón de la Embajada y el embajador español en Rabat (Fernando Arias Salgado) debería ser Piqué quien les pidiese cuentas. O les hiciera la cuenta, finiquito incluido. La próxima vez que González atraviese el Estrecho debería acompañarle el teniente general Alonso Manglano y su jubilado servicio de escuchas para aliñar una faena aleatoria, porque en el bar del Minzah no hay quien se aclare con los huéspedes.
Todos los derechos reservados
!-->