Menú
Alberto Míguez

Nada sin la CIA

El gobierno israelí está empeñado en que si algún día hay observadores para vigilar la aplicación del Informe Mitchel, éstos sean americanos y, más en concreto, agentes o funcionarios de la CIA. El gobierno israelí ha rechazado por activa y por pasiva que los observadores sean internacionales, de la ONU o de la Unión Europea. Sencillamente, no confía en la imparcialidad de estos inspectores. Sólo cree en lo que el amigo americano le sopla al oído. Y al amigo en cuestión no le interesa para nada que la UE meta la cuchara en este caldo ardiente. Es su coto de caza y los furtivos deben retirarse.

Europa y los europeos tienen mala fama en Jerusalen y es un secreto a voces que Sharon regresó de su última gira europea hecho un basilisco. Peor se pondrá cuando los jueces belgas lo imputen por la matanza de Sabra y Chatila, algo muy probable si, como parece, estos señores deciden enmendarle la plana al juez Garzón y se convierten en juzgadores urbi et orbi.

En el conflicto –¿o es ya una guerra?– israelo-palestino una cosa es lo que dicen los dirigentes y otra muy distinta, lo que hacen. Arafat acaba de comprometerse en Roma a cumplir a rajatabla todos los acuerdos firmados por la Autoridad Nacional Palestina con los israelíes. Nadie, sinceramente, se cree estas bellas palabras.

Arafat no ha cumplido en el pasado ni uno sólo de los acuerdos ¿por qué habría de hacerlo ahora? Basta con escuchar las soflamas y amenazas de sus seguidores de Al Fatah, el grupo que sigue liderando, para comprender que las promesas de Abu Ammar (así se llama en realidad Yaser Arafat) son papel mojado. La explicación está, según algunas almas cándidas en que el rais (jefe) palestino no controla a sus hombres y no puede meterlos en vereda. Si esto fuera cierto, todos los acuerdos que firme este señor no sirven absolutamente para nada.

En cuanto a Europa, poco o casi nada puede hacer la UE en este conflicto. Ha hecho lo que ha podido o lo que le han dejado, pero ahí se termina el cuento. Ni Egipto, Jordania, Siria o Israel confían en que las proclamas europeas, inventario de buenas intenciones, sirvan para algo. Hasta el momento, al menos, no han servido. ¿Por qué habrían de funcionar ahora?

En Opinión