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Alberto Míguez

No corráis que es peor...

Las nuevas perspectivas de diálogo entre España y Gibraltar están creando un peligroso ambiente de euforia y triunfalismo a lo que tan aficionados son Aznar, algunos de sus colaboradores y el equipo mediático habitual que lo acompaña.

Si se tratase de una explosión más de entusiasmo irreflexivo, importaría poco. Ya estamos acostumbrados. Veinticuatro horas antes de que Marruecos retirara a su embajador en Madrid los mismos que ahora lanzan cohetes por Gibraltar aseguraban que las relaciones con Marruecos eran “inmejorables”. Ahora parecen manifiestamente mejorables. O si se prefiere, difícilmente empeorables.

Con Gibraltar puede ocurrir algo muy parecido. Los mensajes que llegan de Londres son en el mejor de los casos ambiguos y confusos. Aznar dijo hace unas horas en Londres que el proceso de Bruselas constaba de dos elementos, cooperación y soberanía. Hasta ahora no se habló de soberanía, de modo que toca cooperación. Pero la cooperación no abre la puerta al único asunto que de verdad interesa a los españoles, la soberanía. Y sobre soberanía ni quieren ni probablemente pueden hablar Blair, Straw y Hain, el trío encargado de presentar y representar al Ejecutivo de Londres ante España. Son palabras mayores.

“Los habitantes de Gibraltar se pronunciarán mediante el voto sobre su futuro”, acaba de declarar el secretario Peter Hain. Y ahí está la madre del cordero. Los gibraltareños jamás aceptarán la más mínima concesión en el terreno de la soberanía a España y es dudoso que avalen alguna otra en cooperación como, por ejemplo, el uso conjunto del aeropuerto. Recordemos que Londres firmó un acuerdo con España sobre el aeropuerto y que después, lo sometieron a la opinión de los gibraltareños que lo echaron abajo. Y Londres, “tragó”. Siempre ha tragado, siempre se sometió al chantaje de los gibraltareños, ¿por qué habría de actuar ahora de otra forma?

¿Están dispuestos los ingleses a prescindir, por ejemplo, de la opinión gibraltareña sobre el mismo asunto? Si así fuese, algo se habría avanzado. Pero hay razones bastantes para creer que eso no será así: los gibraltareños son ahora más intransigentes que hace diez años porque saben que cualquier “cesión” podría llevarles a caer en las garras españolas (Bosano dixit). El uso conjunto del aeropuerto —instalado, conviene no olvidarlo, en terreno internacionalmente no reconocido como parte de la colonia, construido ilegalmente en la llamada “zona neutral”— será el primer test para comprobar si el nuevo clima de diálogo es o no una engañifa.

Lo que parece claro es que ni el “ministro principal” Caruana, ni su oponente Joe Bossano ni la inmensa mayoría de los “llanitos” (sobran encuestas sobre el particular) están dispuestos a dialogar con España formando parte de la delegación británica, una condición imprescindible para que sean admitidos en la futura reunión de Barcelona entre Piqué y Straw a la que, por cierto, anunciaron ya que no asistirán.

Aznar y Blair dijeron el otro día que si los gibraltareños no quieren participar en el diálogo a dos (no a tres, atención: España y Gran Bretaña no lo admitirían) los dos Gobiernos seguirían avanzado. ¿Hacia dónde? Esa historia de que se hace camino al andar no sirve para el Peñón. Imagino que habrá un proyecto por leve que sea para esta navegación. ¿O no lo hay? Convendría ir enterándose.

Sólo una improbable mutación de los gibraltareños —que siguen teniendo en sus manos el futuro de la colonia, como siempre— podría facilitar ahora un verdadero cambio cualitativo en el contencioso. En esas circunstancias y pese a la incontrolable tendencia de algunos al triunfalismo y la retórica, conviene reiterar la necesidad de ser prudentes y comedidos. Como diría el paralítico perseguido por el león, no corráis que es peor.

En España

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