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Alberto Míguez

¿Para qué un Estado palestino?

La propuesta norteamericana en el Consejo de Seguridad de proclamar o promover un Estado palestino ha servido al menos para que el tono catastrófico de los comentarios en Occidente cesara temporalmente, aunque la situación siga siendo igualmente grave y los muertos y heridos sigan contándose por decenas, sin que a corto o medio plazo se vea una solución viable para esta guerra sin nombre.

Quienes con tanto entusiasmo como irreflexión han saludado la creación de un Estado palestino como si fuera la nueva purga de Benito que, según cuentan, hacía efecto antes de aplicarse, deberían preguntarse para qué serviría dicho Estado y qué resolvería. Recurrir a la historia para repetir obviedades (por ejemplo, que ya en 1947 se habló de dos Estados, uno palestino y otro israelí, y que los árabes prefirieron resolver el conflicto atacando al recién nacido Estado de Israel, con resultados catastróficos por cierto, no arregla nada.

El Estado palestino que ahora se reivindica se haría sobre las ruinas de otro “Estado” (¿qué otra cosa es la ANP, Autoridad Nacional Palestina?) cuyas características más llamativas son la corrupción, la incompetencia, el despilfarro y la ilegalidad. Pocos ejemplos hay en el Tercer Mundo –y eso que sobran– de un fracaso más sonoro y rotundo que el tinglado puesto en pie por Arafat y sus amigos con la ayuda generosa e incontrolada de los países europeos, España en primer lugar.

Dado que en el futuro Estado palestino Arafat y su banda seguirían cortando el bacalao y las estructuras administrativas que ahora malfuncionan se mantendrían y potenciarían, ¿qué cabe esperar de esa quimera rescatada por los Estados Unidos ahora para tranquilizar a los Estados árabes moderados –es un decir– y convertida es esperanza de paz? ¿Aplacaría acaso el nuevo Estado a los fanáticos de Hamas y Hezbollah, a los “mártires de Al Aqsa” y demás gavillas criminales en su tarea de exterminar a todo israelí y todo resto del Estado judío como proclaman a diario? Hay razones más que sobradas para dudarlo.

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