El presidente Fujimori tiene en las manos una patata caliente y no sabe a quién pasársela. El improvisado y sorpresivo aterrizaje de su ex hombre de confianza en Pisco, precedido de una negativa para que la avioneta que le traía de Panamá tomara tierra en Lima, coloca al “Chino” en una situación imposible.
Si permite a Montesinos permanecer en territorio peruano como un ciudadano de a pie (no hay ninguna orden de captura o detención contra él) deberá apencar con las nada suaves críticas de la oposición democrática que amenazó ya con salir a la calle y armar la marimorena.
Si lo echa a un país vecino (Paraguay, Brasil, Uruguay) o simplemente lo expide a Estados Unidos habrá colocado un testigo incómodo en el ojo del huracán: Montesinos sabe demasiadas cosas y estaría dispuesto a contarlas si su valedor le abandona a sus enemigos o lo envía directamente a una celda ignota.
A Fujimori y a Montesinos les vendría de perlas que el Gobierno español iniciara de nuevo sus conocidas oficiosidades y negociara con moros y cristianos un lugar bajo el sol africarno para este extraño prófugo.
En Perú, en Brasil, en Marruecos, o en Guinea Ecuatorial; el temible Vladimiro es una bomba de relojería que puede estallarle en el hocico a todos: militares, políticos, narcotraficantes, servicios de inteligencia, amigos y, por supuesto, al escurridizo Fujimori.
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