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Alberto Míguez

¿Quién sustituirá a Arafat?

En pleno ardor guerrero, y mientras se siguen produciendo víctimas en ambos campos, algunos dirigentes israelíes, los más moderados y realistas, que encabeza Simón Péres, han empezado a preguntarse sobre si hay otro interlocutor que pueda sustituir a Yaser Arafat, acusado de criminal, terrorista, mentiroso y otros epítetos por Sharon y sus amigos "halcones". Hasta el "moderado" Barak lo insultó llamándole "gamberro" hace apenas unas horas.

Esta lluvia de descalificaciones oculta malamente una realidad preocupante: el gobierno israelí ha decidido desposeer al presidente de la Autoridad Nacional Palestina del único papel que hasta ahora ostentaba cara a unas negociaciones al parecer hoy imposibles y mañana tal vez improbables: el de interlocutor.

El problema estriba en que, con todos sus defectos políticos y su doblez moral, Arafat es para los israelíes y quienes los apoyan en el mundo, insustituible. Es decir, no tiene recambio por ahora. Cualquiera de los que podrían asumir ese puesto sería peor que él.

Y, además, muy pocos palestinos estarían dispuestos a tragarse ese marrón en las actuales circunstancias. Entre otras razones porque podría costarles la vida (los integristas de Hamas y Hezbollah dificilmente lo perdonarían) y porque negociar en estos momentos con Israel además de un suicidio consciente sería un agravio a la causa palestina, una traición.

Temen también los moderados israelíes que Arafat "no aguante" la presión a la que está sometido y tire la toalla, es decir, se vaya, se exilie, se ausente o lo que sea. Y esto tendría un coste político –y militar– enorme para Israel.

Si Arafat decidiese iniciar su "tercer exilio" (estuvo mucho tiempo en Beirut, Túnez y El Cairo antes de entrar triunfalmente en Gaza), las fuerzas palestinas radicales, dispersas pero muy beligerantes asumirían el liderazgo de la nueva "intifada". Y el Estado de Israel no tendría más remedio que desencadenar una guerra total contra los casi tres millones de palestinos instalados en Gaza y Cisjordania.

Shamir y su política del bastón no habían previsto una situación como la actual. Carecen de alternativas y, además, sus promesas de acabar con los muertos civiles y el terrorismo palestino, se las ha llevado el viento.

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