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Alberto Míguez

Rumores, precisiones e invenciones

Desde que se produjo la tragedia en la que perdieron la vida los siete agentes del CNI en las proximidades de Bagdad y en circunstancias todavía no aclaradas completamente, los rumores, las elucubraciones y las más disparatadas invenciones se han ido extendiendo en los medios de comunicación, reflejo de las contradicciones flagrantes entre las diversas versiones oficiales u oficiosas. El miércoles próximo, el ministro de Defensa, Federico Trillo, debería borrar de un plumazo todo esto tras su intervención en la Comisión de Secretos Oficiales que obviamente debería ser secreta aunque es bastante improbable que lo sea dadas las experiencias anteriores.
        
Los puntos oscuros o inexplicados, las diversas versiones ofrecidas por el propio ministro y sus subordinados así como las filtraciones provinientes del propio CNI motivan esta comparecencia, dado que el presidente del gobierno no quiso entrar en tales detalles cuando habló ante el Congreso: prefirió lanzarse al ruedo de la polémica con la oposición y defender con dureza los puntos de vista del gobierno.
        
Mientras tanto, ha ido extendiéndose entre la opinión pública española la sospecha de que no se ha contado todo y probablemente no se sabrá nunca: por qué, por ejemplo, los ocho componentes de la “antena” del CNI viajaban juntos en automóviles no banalizados por una de las rutas más peligrosas de Irak. O cómo es posible que portasen apenas armas cortas de defensa personal, no contaran con comunicaciones directas –y no “via Madrid” por satélite– con el contingente militar español. La explicación avanzada por Trillo sobre por qué iban todos juntos en dos automóviles muy parecidos a los que utilizan los servicios americanos o británicos (era un relevo y por tanto estaban presentando sus contactos y canales de inteligencia a los recién llegados) no se tiene en pie, máxime cuando en el grupo había al menos tres agentes con mucha experiencia, sangre fría y conocimiento del terreno.
        
Tampoco ha quedado claro si la celada en que cayeron los agentes del CNI fue fruto de la traición de alguna “fuente” o de la casualidad. O si, como también se dijo, los agentes eran objeto de seguimiento y vigilancia desde que llegaron a Bagdad para reunirse en un céntrico hotel. El ministerio de Defensa privilegió la primera tesis, el CNI posteriormente la desmintió. Convendría saber de una vez a qué se deben estas contradicciones y hasta qué punto las versiones diferentes sobre hechos sin duda llamativos producen elucubraciones o invenciones en los medios, algo que permanentemente se reprocha por parte del poder a los periodistas en casos como el presente.
        
Por último, sería útil y conveniente saber si, como también se dijo, la desaparición de los siete agentes deja “sin ojos ni oídos” al contingente Plus Ultra que dependía de ellos para garantizar su seguridad. Si así fuese, convendría que el ministro Trillo explicase si el CNI tiene capacidad para sustituir a los agentes asesinados por otros con parecida experiencia y conocimientos.
        
Todas estas preguntas necesitan respuestas y por eso sería muy útil que, además del ministro de Defensa, compareciese también el director del CNI, Jorge Dezcallar. Sobre el embajador Dezcallar gravitan directamente muchos de los interrogantes que estos días recorrieron la Administración y los medios de comunicación españoles. Sería lógico que los aclarara con luz aunque tal vez sin taquígrafos.
        
Sin menoscabo de la lógica reserva en estos asuntos y de la prudencia que se supone a los comparecientes y a los diputados asistentes, lo que se diga el miércoles en sede parlamentaria debería borrar los rumores, malentendidos y elucubraciones de días pasados. ¿Será así?
 

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