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Alberto Míguez

Terrorismo sólo hay uno

La pintoresca y piadosa idea de que el terrorismo es el resultado o la respuesta popular ante situaciones de opresión nacional, religiosa, étnica, económica o social fue desde el principio una solemne estupidez para uso de bienpensantes o cómplices objetivos de la barbarie y del crimen que abundan en nuestras sociedades más por oligofrenia política que por maldad intrínseca.

Pero estos días está quedando claro que tales artificios retóricos chocan con una evidencia: el terrorismo es un fenómenos global, intercomunicado, una especie de sociedad planetaria de ayudas mutuas a través de redes organizadas, subvencionadas o inspiradas por Estados u organizaciones mafiosas. Pero el fenómeno es global porque comparte el método (amedrentar y aniquilar a quienes no comparten y apoyan determinadas causas) y el método o el medio es también aquí el mensaje y la clave.

Desde que cayó el Muro de Berlín las redes terroristas mundiales habían perdido el importante apoyo del imperio soviético que lo mismo subvencionaba a los “tigres tamiles” que a las guerrillas salvadoreñas o a los integristas argelinos: se trataba de erosionar en lo posible al mundo occidental.

Aparentemente, las cosas han cambiado desde entonces. Sólo aparentemente, porque el terrorismo sigue siendo un fenómeno único aunque disperso geográficamente y quienes lo ejercen comparten recursos, métodos, armas, agentes, comunicaciones e ideología. Falleció el padrino, pero la herencia sobrevive.

No ha sido fácil que los dirigentes del mundo, occidental u oriental, hayan comprendido esta evidencia. Tras el 11 de septiembre Estados Unidos y otros grandes países (Rusia y China, por ejemplo) parecen haberse caído del guindo. Aunque nunca es tarde, etc.

En España lo sabíamos hace muchos años. Sabíamos, por ejemplo que ETA e IRA compartían patrocinadores (Gadafi a veces, Argelia de vez en cuando, la difunta Checoslovaquia y la no menos difunta Albania) y que los etarras se paseaban por Nicaragua o Cuba como ahora los del IRA andan por Colombia y –cómo no– residen en La Habana. Unos y otros, islamistas y nacionalistas vascos e irlandeses, por muy lejanas que sean sus convicciones (¿tienen convicciones los terroristas, defienden valores? buena pregunta) trabajan en la misma empresa y buscan parecidos objetivos estratégicos.

Precisamente por eso el antídoto debe ser cooperativo y único. Dispersar esfuerzos, atomizar medios o separar impulsos es un disparate mayúsculo. Al menos, para eso sí sirvió la masacre de las Torres Gemelas. Dramático consuelo.

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