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Alberto Míguez

Un incidente ordinario

Hace ahora un año que los embajadores de España en Marruecos y de Marruecos en España volvieron a sus puestos tras varios meses de malentendidos, roces y acusaciones entre los dos países. El regreso de los diplomáticos marcó el final de la crisis cuyo momento álgido fue el sobresalto producido por la ocupación marroquí del islote Perejil. Eso, al menos, creían la ministra de Asuntos Exteriores y algunos de sus colaboradores.
 
La reciente protesta marroquí por la supuesta violación de su espacio aéreo y las disculpas españolas demuestran que las heridas no han cicatrizado y que el gobierno de Rabat aprovecha cualquier oportunidad para tensar la cuerda y mantener con España unas relaciones difíciles.
 
Hay razones domésticas, sin duda, para explicar la permanente inquina del Gobierno de Rabat, dividido entre quienes desean un clima amistoso con España (entre ellos, el primer ministro Dris Yetú) y quienes apuestan por un malentendimiento crónico, como el viceministro de Exteriores, Taieb Fassi-Fihri, encargado precisamente de presentar la protesta al embajador español, Arias Salgado.
 
Lo sucedido el pasado día 5, cuando por razones climáticas y mala visibilidad dos aviones españoles de entrenamiento desarmados entraron en el espacio aéreo marroquí cerca de Melilla, debería calificarse como un incidente ordinario sin trascendencia política alguna. Todos los días el espacio aéreo español es violado por aviones británicos, comerciales o de guerra, en las proximidades de Gibraltar y España ni protesta ni se encoleriza. Son incidentes de poca monta que probablemente no merecen ni siquiera una nota verbal al Foreing Office.
 
El Gobierno marroquí prefiere, sin embargo, aprovechar cualquier oportunidad por nimia que sea para enconar las relaciones bilaterales, y para nada sirve que la ministra Palacio quite importancia al asunto. Para nada sirve tampoco que por parte española se reitere la buena voluntad y el deseo de unas relaciones cordiales, mutuamente útiles e intensas. Las buenas palabras y las excusas caen siempre en saco roto.
 
Entre España y Marruecos sigue habiendo un largo camino que recorrer. La normalización de relaciones sigue siendo una asignatura pendiente aunque ciertas crisis, como la del islote Perejil, estén lejos. Este camino será tanto más difícil cuanto la hipersensibilidad marroquí se mantenga y periódicamente se aprovechen estos incidentes —inevitables entre países vecinos, que comparten fronteras y territorio— para promover la tensión y la desconfianza. La diplomacia española tiene a veces la sensación de “arar en el mar” cuando se trata de Marruecos.

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