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Alberto Míguez

Un setentón poderoso

En plena luna de miel, Carlitos Saúl Menem, el incombustible ex presidente de Argentina, se apresta a dar una de las más duras batallas de su extensa vida política. Menem es un hueso duro de roer, de modo que quien quiera lapidarlo –y el juez que lo mandó encarcelar lo intenta sin ninguna duda– debe prepararse porque este político de raza se crece ante las dificultades. Su procesamiento y orden de cárcel va a traer cola. No en vano es uno de los dirigentes argentinos más populares pese a su polémico mandato de diez años y la pléyade de enemigos que afilan sus cuchillos desde hace años para rematarlo.

Menem piensa ya en el 2003, cuando se celebren las próximas elecciones presidenciales a las que, por supuesto, aspira a presentarse. Quiere volver y, dicen muchos, tiene grandes posibilidades de regresar a la Casa Rosada. Como Perón, que volvió al poder para morir ingloriosamente en él y dejó tras sí una herencia terrible.

Menem sigue controlando en la distancia al partido justicialista y sus ramas sindicales. No es moco de pavo, porque una parte importante del pueblo argentino sigue siendo sentimentalmente peronista, guste o no dentro y fuera del país. De modo que este nuevo incidente político tiene una importancia enorme para el rumbo del país, su estabilidad y, desde luego, para el presidente De la Rúa, a quien acusan ya los peronistas de intentar vengarse de su antecesor.

Si a esto se añade el pésimo balance económico y social de De la Rúa y su descrédito imparable, su impopularidad creciente y la falta de confianza paulatina con que lo distingue la opinión pública, se completa un cuadro verdaderamente preocupante. Desde la quinta de un amigo donde ahora goza de las delicias del arresto domiciliario, Menem medita ahora, sin duda, sobre la ingratitud humana. Pero no se engañen, prepara también su revancha.

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