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Alberto Míguez

Una larga agonía

Después del planchazo en la negociación pesquera con Marruecos se comprende la euforia del ministro de Agricultura y el moderado optimismo de algunos armadores, que podrán “colar” en los caladeros de Mauritania una docena más de buques. Pero este acuerdo no resuelve el problema pesquero español, ni conviene ilusionarse con la posibilidad de que otros acuerdos semejantes con otros países africanos, asiáticos o iberoamericanos lo logren.

El problema estriba en que tenemos una flota sobredimensionada, una plataforma continental sin reservas y muchos miles de personas que viven directa o indirectamente de la pesca en Galicia, Canarias, Andalucía, Cantabria y el País Vasco.

España es uno de los países que más pescado consume per capita (Japón es el primero, seguido de Corea) pero la capturas se realizan en aguas lejanas o en caladeros ajenos: inevitablemente, nuestros armadores deben alquilar, comprar o utilizar subrepticiamente estos caladeros. Ocurra lo que ocurra en el mundo en los próximos decenios, está claro que aquellos países –todos– que poseen reservas pesqueras intentarán preservarlas o rentabilizarlas mediante acuerdos de cooperación que les permitan mantener sus recursos y explotarlos racionalmente. Es su derecho y no hay vuelta atrás en ese proceso universal.

El problema estriba en que la defensa de tales derechos choca muchas veces con los intereses pesqueros españoles o de otros países extractores. Eso explica la progresiva reticencia de los gobiernos a firmar acuerdos de explotación, alquiler o cooperación con aquellos países con una tecnología muy avanzada y una pésima reputación en el respeto a las reservas ajenas. España es uno de ellos y esto complica todavía más las cosas en el momento de firmar acuerdos directamente o través de la Unión Europea.

El sector pesquero español está en declive. Nada podrá parar este lento deterioro. Ignorarlo o meter la cabeza debajo del ala sólo nos llevará a la improvisación y la exasperación. Como sucedió con la minería o la metalurgia, tarde o temprano habrá que reconvertir esta industria, reduciéndola a un tamaño viable. Acuerdos como el recientemente firmado con Mauritania (más caro, más restrictivo y más corto que otros anteriores) sólo alargan una agonía inevitable. Cortar por lo sano puede ser, ya lo está siendo, traumático. Pero no hacer nada equivale a un suicidio.

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