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Alberto Míguez

Una luz al final del túnel

Alejandro Toledo se fue ayer de Madrid a matacaballo más preocupado que eufórico. Razones no le faltan. La saga fuga de Alberto Fujimori por Asia con parada y fonda en Japón, el anuncio de su renuncia y los primeros tanteos sobre quién podrá sustituirle hasta las elecciones de 8 de abril, abren perspectivas de cambio en profundidad en el país andino. Pero todo cambio entraña un riesgo, máxime si la herencia recibida o sospechada va a ser, como es el caso, indigerible.

Toledo quiere oxigenar la vida política peruana, moralizar a políticos, jueces, funcionarios y militares, implementar una candidatura unitaria a la presidencia de la República y promover unas elecciones limpias e internacionalmente controladas. Casi nada. La herencia de Fujimori será terrible. Y aunque la pesadilla aparentemente haya terminado y brille una luz al final del tunel, quedarán restos de este naufragio flotando en las aguas pútridas de un escenario político que debe regenerarse sin falta y a toda prisa.

Es posible que a estas alturas Fujimori sea apenas un sórdido recuerdo que el nuevo tiempo deberá borrar. El futuro no está escrito y todo lleva a creer que las angustias del pueblo peruano no concluyen con la indigna huida del “Chino” al Japón de sus antepasados. Se aproximan tiempos difíciles. El rictus de Toledo ayer en Madrid reflejaba al unísono incertidumbre y esperanza: extraña combinación.