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Alberto Recarte

Bush: más razones para la esperanza

Resulta patético leer y escuchar a la mayoría de los economistas de la vieja Europa hablar del terrible problema del déficit público norteamericano. Un déficit inferior al de Francia, Alemania, Italia, Grecia, y cercano al de Portugal y Holanda

El triunfo de George W. Bush en las elecciones norteamericanas es el triunfo de la esperanza, de los valores, de los principios frente a los que, sobre todo fuera de Estados Unidos, defendían a Kerry por antiamericanismo, por rencor y por cobardía frente al terrorismo.
 
Los americanos han premiado a Bush no sólo por haberse enfrentado con decisión e iniciativa al fundamentalismo islámico. En mi opinión también ha pesado un sorprendente buen manejo de una situación económica endemoniada. El estallido de la burbuja tecnológica, justo antes de comenzar su primer mandato, tras un tremendo ciclo alcista de diez años, colocaba a las autoridades norteamericanas ante una disyuntiva: permitir una recesión con todas sus consecuencias o utilizar la política monetaria y fiscal y esperar que funcionaran, para atenuar la parte descendente del ciclo y acelerar la recuperación. Y, sorprendentemente, hasta ahora, ha funcionado. Es un hecho que en esta fase cíclica la economía apenas ha creado empleo, pero ha mantenido el desempleo en sólo el 5,6%, con una tasa de participación de la población activa superior al 65%. La economía está aumentando a tasas anuales próximas al 4%, achacables en casi su totalidad al crecimiento de la productividad –el pronóstico, hace muchos años de Greenspan, que a mí me sigue resultando difícil de aceptar– y el déficit público es sólo, y lo subrayo, del 3,6% del PIB.
 
Resulta patético leer y escuchar a la mayoría de los economistas de la vieja Europa – donde ahora se integra la antes esperanzada España– hablar del terrible problema del déficit público norteamericano. Un déficit inferior al de Francia, Alemania, Italia, Grecia, y cercano, probablemente, al de Portugal y Holanda. No cabe duda de que se trata de un déficit importante, pero que resulta menos preocupante cuando se analizan sus orígenes: quizá un punto, o punto y medio, es el efecto de la guerra y gastos adicionales en seguridad nacional –y aquí no debería haber límites al gasto–, menos de otro punto es la rebaja de impuestos; otra parte, pequeña, es achacable a un crecimiento sin aumento del empleo y otro, quizá algo menos de un punto, es gasto discrecional con objetivos electorales o gasto social, como diríamos en la vieja Europa. Y no me cabe duda de que el descenso de impuestos es la mejor de las políticas económicas a medio plazo, la que más contribuye a la recuperación de la actividad empresarial y personal.
 
La política monetaria, responsabilidad de la Reserva Federal –no del gobierno–, ha tenido, por otra parte, hasta ahora, un éxito sorprendente. Aunque quizá lo sorprendente ha sido que Greenspan confiaba –y ha tenido razón– en que la competencia dentro de Estados Unidos y la realidad de la globalización no permitirían, al menos a corto plazo, como en otras épocas, que el drástico descenso de los tipos de interés se tradujeran en inflación. Aunque es una evidencia que la enorme cantidad de dólares creados en estos años podrían, en cualquier momento, provocar un descenso en picado del valor del dólar y una cierta –pero moderada siempre– inflación.
 
En la historia económica de los Estados Unidos los periodos de déficits públicos, coincidentes casi siempre con guerras, y el consiguiente aumento de la deuda pública, se han resuelto con crecimiento, no con un ajuste nominal drástico de los gastos. Tal y como también ha ocurrido en España durante los años de mandato del gobierno del PP. Por eso, la política económica adecuada pasa, por supuesto, por controlar el gasto político discrecional, pero el déficit como tal sólo se solucionará con impulsos al crecimiento y el que más claramente funciona es el recorte de los impuestos y conseguir que todo el mundo en edad de trabajar lo haga, en lugar de “disfrutar” del paro, como en la vieja Europa.
 
El tema monetario es más complicado; creo que debe partirse de una premisa: que la confianza en el liderazgo político, moral y militar de Estados Unidos explica una parte sustancial del éxito de la política monetaria de Greenspan. El presidente Bush ha demostrado, en su primer mandato, que está dispuesto a luchar por la libertad de sus compatriotas y de todos lo que defendemos esos principios y que, cuando se defiende el estado de derecho, la ley, el orden y la seguridad nacional e internacional, la mayoría de los ahorradores y los gobiernos del resto del mundo aceptan políticas económicas –que conllevan compras masivas de dólares– que resultarían intolerables si las llevaran a cabo países gobernados por oportunistas y cínicos, de los que el presidente Chirac y nuestro presidente son el mejor ejemplo.
 

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