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Alberto Recarte

Déficits públicos diferentes

Lo que no se perdona por muchos economistas y periodistas de prestigio a la economía norteamericana es que siga gobernando George Bush, y que su déficit se explique, en gran parte, por fenómenos ordinarios.

Una de las razones por las que el déficit público norteamericano –en torno al 3,6% en 2004– es menos importante que el de los principales países europeos es su tamaño. Tanto Francia, como Alemania, como posiblemente Italia, pueden haber tenido un déficit público superior al 4% en ese año. Por más que sólo se hable del déficit USA.
 
La segunda razón es el volumen de deuda pública de cada economía. Mientras en Estados Unidos alcanza el 65% del PIB, en el área euro sube hasta el 78%, con Alemania y Francia algo por debajo de la cifra americana, pero con Italia cerca del 107% del PIB, Bélgica en torno al 100% y, por el otro extremo, países como España en el 50% (el 68% en 1996), e Irlanda alrededor del 32%. Y, en otro continente, en Japón la deuda pública alcanza ya el 170% del PIB.
 
La tercera razón tiene que ver con el crecimiento. En Estados Unidos, con un crecimiento superior al 4% en 2004, se ha reducido el déficit hasta el 3,6% del PIB, frente a perspectivas que lo situaban en el 5%. En 2005 se espera un crecimiento algo menor, pero una disminución del déficit, en la medida en que los excesos de capacidad del anterior ciclo ya se han absorbido y de que, probablemente se creará más empleo, lo que, a pesar de la reducción de impuestos, se traducirá en mayores ingresos presupuestarios. La situación es muy diferente en Alemania; su economía no ha sido capaz de crecer siquiera al 2%, lo que no permite ni crear empleo ni reducir el déficit. Y una situación parecida, aunque no tan extrema, ha ocurrido en Francia. En España, por el contrario, con la economía creciendo al 2’6% y el empleo haciéndolo al 3,5% anual y tras absorber la discrecional decisión de apuntar el gasto correspondiente al acuerdo con la Junta de Andalucía y la deuda histórica de RENFE al gasto presupuestario de 2004, es posible, incluso que no haya habido déficit y es seguro que la deuda se habrá reducido en porcentaje del PIB.
 
En cuarto lugar, un aumento de los tipos de interés de un 1%, como ha ocurrido en 2004 con el tipo de intervención del dólar, se ha podido absorber por la economía norteamericana sin que afecte el crecimiento, que depende mucho más de las expectativas internas que de los tipos de interés. En el caso de Estados Unidos ese crecimiento permite, en gran parte, pagar por el mayor gasto público que representan los mayores intereses para el Tesoro norteamericano. La situación nuevamente es diferente en otros países miembros de la OCDE. Si el Banco Central Europeo o el Banco Central de Japón subieran los tipos de interés en ese porcentaje (un 1% o un 2%) –lo que no va a ocurrir–, nos encontraríamos con un crecimiento todavía menor y con mayores déficits públicos. Una situación que sería especialmente grave para Japón, Italia, Bélgica y Grecia y, a otro nivel, también para Alemania y Francia. Y, sin embargo, cuando se habla del efecto de la subida de tipos de interés, las referencias se centran en el déficit norteamericano, no en la situación que puede provocar en las finanzas de muchos de los países más importantes del resto del mundo, empezando por Japón, que estaría abocado a la quiebra. Y no está de más recordar que cada vez que Alemania y Francia han hablado de modificar el Pacto de Estabilidad han propuesto un tratamiento diferente, más permisivo para los estados que tienen menor deuda pública; como ellos. Y creo que en esta consideración siempre han tenido razón.
 
Lo que no se perdona por muchos economistas y periodistas de prestigio a la economía norteamericana es que siga gobernando George Bush, y que su déficit se explique, en gran parte, por fenómenos ordinarios, como el permanente gasto en defensa, que protege a todo el mundo libre, y en parte, por extraordinarios, como la ocupación de Irak, las medidas de reforzamiento de la seguridad interna y la rebaja de impuestos; además de haber tenido que absorber los excesos del larguísimo ciclo alcista anterior (1991-2001). Incluso se perdona todavía menos que la reducción de impuestos –básicamente pagar menos por los ingresos por dividendos, una medida introducida en la legislación española por el gobierno de Felipe González–, haya resultado ser un impulsor del crecimiento.
 
En lo que respecta a déficit y deuda pública, los principales estados europeos harían bien en analizar cómo Japón ha llegado a tener una deuda pública del 170% del PIB, cuando en 1991 apenas llegaba al 65%. Estados Unidos no les puede servir de referencia, porque la economía norteamericana se mueve de acuerdo a otros parámetros, tales como el aumento de población, activa y ocupada, –en parte, por la continua inmigración–, el bajo gasto público (33% del PIB) y la mayor libertad económica.
 
Un tema diferente es el del déficit de la balanza por cuenta corriente norteamericana, que es el reflejo estadístico del déficit de ahorro nacional; una situación objetivamente grave, pero, por lo que parece, la mayoría de los ahorradores no norteamericanos –públicos y privados– siguen pensando que las empresas, y el propio gobierno norteamericano, son capaces de gastar mejor su dinero que ellos mismos. Cuestión de fe.

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