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Alberto Recarte

El debate presupuestario

Del conjunto de temas que podrían abordarse en relación con los presupuestos para 2001, y me refiero a los presupuestos no sólo de la Administración Central sino a los del conjunto de las Administraciones Públicas, creo que merece la pena destacar cinco de ellos.

1) El objetivo de déficit cero, que es insuficiente, porque en 2000 se va a cerrar el ejercicio con un déficit de sólo el 0,3%; es decir, un esfuerzo adicional mínimo a pesar de que se espera que la economía crezca en 2001, en términos reales, por encima del 3,5%. Aunque, quizá, ocurra que están empezando a pesar el aumento del pago de intereses por la deuda pública (que sigue creciendo en términos absolutos), los pagos adicionales a los pensionistas (que se ajustan a la inflación real) y las compensaciones a sectores afectados por el aumento del precio de los carburantes.

2) El objetivo de inflación porque, como hemos dicho en otras ocasiones, en la presentación de los presupuestos aparecen tres cifras distintas de inflación prevista: el deflactor del PIB, que crece un 2,3%, el aumento de precio del consumo final de los hogares, que lo hace en el 2,7% y el 2%, como objetivo para revisión de sueldos de los funcionarios; aunque el propio ejecutivo ha afirmado, en otros contextos, que esta cifra crecerá porque habrá un fondo para pagar una mayor productividad y porque la “deriva salarial”, probablemente se repetirá el año próximo.

Obviamente, el gobierno ha decidido sacrificar su credibilidad en el tema de la inflación, pensando que es más importante romper la espiral precios-salarios y esperando que desciendan los precios del petróleo, se reduzca el crecimiento del PIB Y disminuya la demanda de mano de obra.

3) La posible sobrevaloración de los ingresos y minusvaloración de los gastos, en caso de que hayamos entrado en la fase descendente del ciclo, advertencia que formula el PSOE. A lo que habría que comentar que hay datos que confirman la desaceleración del consumo permanente, pero poco más. Y no hay que extrañarse por estos resultados: el aumento de los precios del petróleo y el de los tipos de interés tienen que significar menos consumo. Aunque la evolución del crédito bancario que crece al 12% en la banca y al 18% en las cajas, no permite decir que el resto de los componentes de la demanda final, la inversión, el consumo público, otro tipo de consumo privado y el saldo de comercio exterior estén desacelerándose.

No hay datos suficientes.

Por contra, da la impresión de que, al igual que ha hecho el PP en los cinco presupuestos anteriores –a partir de 1996- existe un margen de mayor recaudación, que no está reflejada suficientemente en los ingresos.

4) Por otra parte, merece la pena señalar que el equilibrio presupuestario se logra con unas transferencias netas de la Unión Europea a España de más de 1,5 billones de pesetas, que es, por pura coincidencia (100 billones de PIB en 2000), el 1,5% del PIB.

Sin esas transferencia comunitarias tendríamos un déficit del 1,5%. Y, en la proporción que le corresponde –que es mucha- si Alemania tiene todavía déficit en 2001 es, en parte, porque nos están transfiriendo parte de sus ingresos fiscales.


5) Resulta paradójico, y preocupante que el equilibrio fiscal se logre gracias al superávit de la seguridad social, donde continúan dándose de alta trabajadores a un ritmo incomprensible e inimaginable, excepto que se trate de economía sumergida que aflora o que estamos creciendo –a pesar de todo- a tasas cercanas al 5%.

Los ingresos excepcionales de la seguridad social no sólo deberían incorporarse a un fondo específico para hacer frente a las mayores obligaciones que tendrá en un futuro, sino que no deberían, siquiera, contabilizarse como tales ingresos. Pero ese es el juego de la contabilidad del sistema de reparto; magnifica los problemas cuando desciende el empleo y la situación de bonanza cuando, como ahora, todo el mundo se da de alta en la seguridad social.

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