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Alberto Recarte

El plan económico de Bush

El plan económico de G. W. Bush, tal y como se ha presentado, obliga a hacer equilibrios a todos –yo incluido– los que tienen opiniones doctrinales sobre cómo manejar la economía de un país. Para empezar, el objetivo del plan es dinamizar la economía, acortar el período bajista del ciclo –aunque, por cierto, la economía norteamericana parece que ha crecido en torno al 2,5% en 2002-, y reducir la tasa de paro, que afecta ya al 6% de la mano de obra activa.

Los límites de la política económica. ¿Se puede, realmente, forzar el crecimiento, sostenidamente, de cualquier economía? Es fácil lograr un aumento transitorio de la actividad, inyectando dinero en grandes proporciones, pero no elevar el nivel de actividad y después mantenerlo, o, supuesto que vivimos siempre en algún ciclo económico, acortar la fase bajista y ampliar la de la recuperación y el crecimiento.

La respuesta es que hay situaciones en las que algunas medidas de política económica son efectivas: como una devaluación no seguida de inflación y partiendo de una moneda intervenida y sobrevalorada, o como una rebaja de impuestos acompañada del mantenimiento del gasto público, en la medida en que convenza a los que invierten que, de ahí en adelante, van a obtener una mayor rentabilidad tras el pago de impuestos.

La situación se complica cuando, como consecuencia de las medidas de políticas económicas que se toman, se produce un déficit público de manera inmediata o un aumento del mismo. En esas circunstancias ¿es aconsejable reducir los impuestos?. La respuesta adecuada –desde mi punto de vista teórico y doctrinal– tiene que ser condicionada. Si el nivel general de gasto público es bajo, si el nivel de endeudamiento es reducido –en Estados Unidos el gasto público es el 30% del PIB, el déficit el 2% del PIB y la deuda el 60% del PIB–, si el déficit no es excesivo, una reducción de impuestos, aunque incremente el déficit a corto plazo, puede aceptarse, porque el menor nivel de imposición general, acabará por generar un mayor crecimiento y, en consecuencia mayores ingresos fiscales. Con muchos matices, porque el crecimiento depende de otras muchas condiciones. Todo lo fiscal es necesario, pero no suficiente. Las otras condiciones son las auténticamente cíclicas: el grado en que se haya producido el saneamiento de los excesos del ciclo anterior, las perspectivas de rentabilidad de las posibles nuevas inversiones y el nivel de endeudamiento de las familias y las empresas, entre otras muchas.

En cualquier caso, es mejor un déficit público provocado por una reducción de impuestos, que otro causado por un incremento del gasto corriente y las transferencias a la familias, porque el primero tiende a autocorregirse y el segundo a agravar la situación de las finanzas públicas.

Decisión política. En estas circunstancias, el presidente Bush ha decidido que nadie le va a acusar de no haber tomado todas las medidas a su alcance para lograr una mayor recuperación económica. No está dispuesto a repetir la historia de su padre, que dejó hacer a la economía –y tenía razón, pero perdió las elecciones–. El plan de Bush tiene una cuantía de 674.000 millones de dólares en diez años; lo que significa, si el mayor gasto o los menores ingresos se distribuyeran homogéneamente en ese período, que la cifra real de “estímulo” es de 68.000 millones de dólares anuales, un 0,7% del PIB. Una cifra modesta, que se puede comparar, en España, con el exceso de gasto del conjunto de las comunidades autónomas, que ha ascendido –en 2002– al 0,5% del PIB. Sin ningún tipo de plan. Es también similar a la pérdida directa de recaudación que se espera de la rebaja del IRPF, alrededor de 3.800 millones de euros, un 0,6% del PIB español.

Las medidas del plan. Para sacar adelante su plan Bush necesita 61 senadores, o sea que tiene que contar con los 52 republicanos y 9 demócratas; si es que quiere que el conjunto de medidas se aprueben antes del mes de mayo del presente año.

El plan, hasta donde se conoce, se concreta en las siguientes medidas:
Hacer permanentes las rebajas de impuestos de 2001. En concreto, de los impuestos personales.
Nueva reducción de impuestos. El tipo marginal superior está en la actualidad en el 39,5%; se cree que podría reducirse al 35%, o incluso una cifra menor.
Exención de impuestos sobre la renta de los ingresos por dividendos; una medida que afectaría a 35 millones de hogares norteamericanos, casi el 50% del total, pues ese es el porcentaje de los que tienen acciones en su patrimonio.
Reducción adicional de 400$ por hijo, por familia, en el impuesto sobre la renta.
Medidas para acelerar las amortizaciones de las pequeñas y medianas empresas, aunque esta decisión cuente ahora con menos apoyos.
Extensión del subsidio de desempleo federal por otras 13 semanas a centenares de miles de personas que lo agotaron en diciembre de 2002.
Transferencias a diversos Estados, por un valor total superior a los 10.000 millones de dólares, para que logren el equilibrio fiscal a que les obliga la legislación norteamericana, evitándoles, de esta forma, la obligación de reducir los gastos o aumentar los impuestos estatales.

Las cinco primeras medidas, el grueso del plan, tienden a incentivar la oferta de la economía, en tanto que las dos últimas, que afectarán directamente a la demanda, mediante una mayor gasto público, constituyen el incentivo para lograr que los nueve senadores demócratas que necesita apoyen su plan. Probablemente veremos cambios en estas propuestas, que se ajustarán, precisamente, a las posturas de los senadores clave, tanto republicanos como demócratas.

Las posiciones doctrinales. Las reacciones entre las distintas personalidades, partidos y editorialistas se sucede imparablemente; pero creo que es instructivo clarificarlas.

1. Los defensores del equilibrio presupuestario en cualquier caso. Hasta ahora, esa era la posición de la mayoría republicana y de los demócratas que gobernaron la economía con Clinton, como el anterior Secretario del Tesoro, Robert Rubin, quien dice, además, que el déficit público presionará al alza los tipos de interés a largo plazo, con lo que el resultado final de incentivar la economía reduciendo impuestos y ahondando el déficit, será negativa. Los republicanos permanecen callados, y es significativo que The Wall Street Journal, que apoya los planteamientos del presidente Bush y las medidas de oferta, no critique abiertamente el déficit que puede crearse a corto plazo y si a Rubin, enfatizando que no es cierto que el déficit público provoque directamente un aumento de los tipos de interés a largo plazo.

2. Los demócratas que defienden el aumento del gasto y del déficit como la única política efectiva.

3. Los republicanos, encabezados por Bush, que defienden medidas del lado de la oferta, aunque provoquen déficit a corto plazo.

Si el caso se planteara en España yo no tendría dudas de que habría que preservar el equilibrio presupuestario, dados nuestros antecedentes, un factor clave a tener en cuenta, aunque aceptaría un déficit reducido que estuviera provocado por el descenso de impuestos excesivos, ya sea por sus tipos o por la actividad a la que afectan. En el caso de Estados Unidos, mi posición sería positiva, porque aunque el déficit que tiene ya es considerable, un 2% del PIB, los impuestos no son excesivos (excepto en los tipos máximos del IRPF) y el gasto público reducido. Aunque, por otra arte, estamos hablando de un aumento del déficit de menos del 0,7% del PIB. En cualquier caso, probablemente la propuesta saldrá adelante, Bush resultará reelegido y la economía no se verá afectado por todas estas medidas, sino que proseguirá su lento ajuste cíclico.

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