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Alberto Recarte

En ausencia de Aznar

Ahora que se ha confirmado que Aznar no participará en la campaña del PP para las elecciones europeas, quiero manifestar mi absoluto desacuerdo con esa política. A menos que sea una decisión del propio ex-presidente del Gobierno, extremo que ignoro. Igual que me pareció perfectamente legítimo y políticamente correcto que viajara a Estados Unidos y se entrevistara, entre otros con el presidente Bush. Y ello a pesar de los casos de tortura practicados en una cárcel iraquí por un grupo de militares, agentes de inteligencia y civiles norteamericanos que, afortunada y lógicamente, son excepciones que confío en que sean resueltas por la justicia norteamericana.
 
El problema no es Aznar. Y es injusto comparar, incluso con cualquier matización, a éste con González, cuando abandonó su puesto en el PSOE tras perder –el sí– unas elecciones generales. El problema son los actuales dirigentes del PP, en la medida en que crean –sin fundamento– que necesitan a un Aznar callado para poder ellos transmitir un mensaje, o unos mensajes, que difieran o se contrapongan, en algo o en todo, a la política, en particular la exterior, que llevó a cabo el anterior presidente del Gobierno. Los actuales dirigentes, encabezados por Mariano Rajoy, tienen la obligación de explicar en qué difiere su política de la de Aznar. Y es probable que en muchos temas tengan razón. Sólo de esa manera, públicamente, podrán afirmar su liderazgo. Aznar se ha equivocado en muchas cosas y que los actuales dirigentes del PP lo pongan de manifiesto no tiene por qué provocar los conflictos que vimos en el PSOE cuando se retiró González.
 
Aznar ha demostrado, con su comportamiento habitual, pero especialmente con su abandono voluntario del poder, que él no es González. Y creo que hoy aceptaría esas críticas de mala gana, porque a nadie le gustan los reproches, pero sin rencor, ni provocando la desestabilización del PP. Perdónenme por la imagen freudiana, pero al padre hay que matarlo. Pedirle silencio, que se exilie, que se muera o se suicide nunca tendrá los mismos efectos, imprescindibles, para la recuperación de la autoestima de los directivos populares, que una buena dosis de explicaciones por parte de quienes han demostrado honradez y valentía a la hora de defender lo que cada uno considera –y ha considerado– que es mejor para el conjunto de los españoles.
 

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