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Alicia Delibes

Absurdas razones para la movilización

Quienes han convocado las movilizaciones contra la Ley de Universidades, con la esperanza de conseguir el mayor apoyo posible de los universitarios, esgrimen razones que puedan tocar su sensibilidad. Dicen que la futura Ley marginará a los estudiantes, haciendo desaparecer la igualdad de oportunidades para acceder a la educación superior, y marginará también al “colectivo PAS” (Personal Administrativo y de Servicios), que dejará de tener representación en los Consejos de Departamento.

Con el texto de la nueva Ley en la mano, lo de la igualdad de oportunidades, no se tiene en pie. En cuanto a esa representación que hasta ahora tenía el PAS en los Consejos de Departamento, es preciso decir que ha provocado situaciones tan ridículas como absurdas. En algún caso, cuando en un Consejo de Departamento los profesores no se han puesto de acuerdo sobre alguna cuestión de tipo académico, la toma de decisión ha recaído sobre la secretaria, único y obligado representante del “colectivo PAS”.

A lo que hay que añadir otras razones esgrimidas por la oposición, como que la nueva Ley traerá una universidad elitista y cerrada, que favorecerá la enseñanza privada frente a la pública o que “potenciará los órganos jerárquicos y unipersonales frente a los democráticos internos” (sic). A pesar del natural escepticismo que pueda sentirse en cuanto a los beneficios que la nueva ley traerá a nuestra Universidad, incitan más a la solidaridad con quienes apoyan la LOU que con los que llaman a movilizarse contra ella.

Por otra parte, lo que los niños de mi generación debían hacer por caridad y amor al prójimo, los de ahora han de realizarlo por solidaridad. La caridad era de uso cristiano, por eso se creyó más oportuno utilizar un término más amplio, más globalizador, que no implicara la pertenencia a ninguna iglesia, que fuera multicultural, plural, tolerante y, sobre todo, políticamente correcto.

No sé qué habrán sentido nuestros jóvenes estudiantes, bombardeados desde su más tierna infancia con la exigencia de ser solidarios con el más necesitado, con el más indefenso o con el más débil, cuando los rectores y profesores al ver en peligro los privilegios conseguidos a la sombra de la ya caduca LRU reclaman su solidaridad.

Pero desde luego, para un individuo de mi generación resulta un tanto extraño que los universitarios practiquen la caridad con rectores tan poco necesitados como don Gregorio Peces-Barba o profesores tan poco indefensos como Javier Tussell.

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