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Alicia Delibes

Concesiones a los multiculturalistas

Leo en El País del sábado 16 que el discurso que pronunció Aznar en la presentación de la nueva FAES no era exactamente igual que el que estuvo durante toda la semana en la página web del PP. Según parece, en el discurso se decía que la realidad de la inmigración no se debe echar a perder “con un multiculturalismo letal para la democracia” y resultó que nadie oyó pronunciar esas palabras al presidente del Gobierno.

Supongamos, como insinúa el diario independiente de la mañana, que el discurso que estaba preparado para Aznar se colgara de la red y que nadie se ocupara de corregir las enmiendas hechas en el último momento por el propio presidente o por algún asesor suyo. No sería esto demasiado extraño, ahora bien, ¿por qué no resultó conveniente criticar el multiculturalismo en la presentación de la nueva Fundación para el Análisis y los Estudios Sociales?

Si la razón fue la prudencia política, creo que los multiculturalistas acaban de ganar una importante batalla al nuevo liberalismo reformista.

Aquella afirmación de Mikel Azurmendi de que la multiculturalidad es la gangrena de la democracia levantó en su día oleadas de indignación a pesar de que no añadía nada nuevo a las tesis sostenidas por Giovanni Sartori. Supongo que, a la mayoría de la gente, el que una sociedad sea multicultural tiene que sonarle bien pues para ellos es casi como decir que la sociedad es abierta, que admite en su seno gentes de diferentes creencias, costumbres, tradiciones, razas y que entre todos ellos reina la armonía, la tolerancia y la comprensión.

Para Sartori ese tipo de sociedad es plural, no multicultural. Un pluralismo que funciona cuando los diferentes grupos que la constituyen tienen delimitaciones permeables. Pues bien, yo añadiría que funciona siempre que se respete la libertad del individuo y se cumplan las reglas o leyes que el conjunto de la sociedad se ha fijado para convivir en buena armonía.

Es decir, que no funciona cuando impide que un determinado individuo tenga la libertad de cambiar de un grupo a otro o de andar por libre sin pertenecer a ninguno. Tampoco funciona cuando las reglas propias de esas “culturas” que forman la sociedad plural entran en conflicto con las leyes generales que rigen para toda la sociedad.

Cuando nuestra Constitución dice que hombres y mujeres son iguales ante la ley, ¿se debe tolerar que un grupo cultural de los que conforman nuestra nueva sociedad tenga unos códigos internos de conducta según los cuales el varón, por el sólo hecho de serlo, dispone de la voluntad y de la libertad de las mujeres de su familia? ¿No será cierto que la existencia de esos grupos pondrá en peligro la buena armonía de nuestra sociedad?

Dice Sartori que el multiculturalismo nada tiene de malo si supone simplemente una situación de hecho, que el peligro es que se considere un valor en sí mismo. En estos momentos el multiculturalismo es ya un valor. Un valor comparable al antiindividualismo, al anticapitalismo o a la antiglobalización. Para un multiculturalista el que la sociedad sea unicultural es una terrible desgracia, y es capaz de inventarse la existencia de muchas culturas allá donde no las hay.

Los multiculturalistas quisieran una sociedad que fuera un conjunto de muchos y pequeños grupos culturales, cada uno provisto de sus representantes que, por supuesto, vivirán del erario público y que tomarán por consenso entre ellos todas las decisiones que afecten a la sociedad.

En esa sociedad multicultural el individuo desaparece, su voluntad queda sepultada bajo la aplastante autoridad del grupo. No vale nada, no piensa nada y nada tiene que decir, pues ya se supone que las características culturales de su colectivo le definen y sus representantes velan por sus derechos.

Que nadie se llame a engaño, el multiculturalismo no es una situación de hecho, sino una de las patas del anticapitalismo progresista, y si en la presentación del liberalismo reformista ha resultado incorrecto criticar la multiculturalidad es porque quienes dicen defender la libertad individual o no se han enterado o han dado ya por perdida la batalla.

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