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Alicia Delibes

De nuevo el Instituto Juan de Herrera

Al comenzar el curso 2001-2002, un inmigrante musulmán que residía en El Escorial quiso escolarizar a su hija Fátima. La Consejería de Educación le asignó un colegio concertado pero Alí Elidrisi, que es como se llama el padre de Fátima, se negó a que su hija asistiera a un centro católico. La niña se quedó en casa hasta que en el mes de enero le fue concedida una plaza en el Instituto Juan de Herrera de la localidad madrileña.
 
 La directora del centro, Delia Duró, al ver que Fátima acudía al instituto con su cabeza cubierta le pidió que dejara el velo en la entrada como hacían las otras niñas marroquíes. Pero el señor Elidrisi se negó rotundamente a aceptar esta sugerencia y así empezó un tira y afloja entre la directora y el padre de Fátima que llamó la atención de casi todos los medios de comunicación. El asunto se resolvió cuando la Consejería de Educación “convenció” a Delia Duró de que era mejor escolarizar a la niña con velo que no escolarizarla.
 
Pues bien Esther Sánchez, articulista de El País, ha visitado a los protagonistas de aquella historia y en el periódico del pasado lunes 10 de noviembre nos contaba que ahora la tranquilidad reina en el Juan de Herrera. Fátima, ya en 2º de ESO, es una buena alumna que nunca olvida su velo en casa, estudia mucho, ayuda a los niños marroquíes que no saben español y, además, ha conseguido que otras cuatro amigas suyas asistan también a clase con la cabeza cubierta.
 
Las cinco niñas están felices porque “son musulmanas y llevan el velo porque quieren”. Alí Elidrisi, que según la autora del artículo, es un hombre “muy religioso” está verdaderamente orgulloso de lo que ha conseguido con su “lucha”. La directora, al parecer, se ha “resignado” aunque de sus palabras se desprende que es consciente de que Fátima y su padre han hecho una buena labor de captación, “antes había alumnas que llegaban tapadas hasta la puerta del instituto y allí se desprendían del hiyab, estaban más cómodas sin él, ahora es lo contrario”.
 
No sé si será verdad que en el Juan Herrera reina el buen humor y la armonía, pero lo que si parece es que Esther Sánchez parece contenta de que haya cada vez más niñas, hijas de musulmanes “muy religiosos”, que van al colegio con la cabeza tapada.
 
Por mi parte, cada vez que veo a una niña que “voluntariamente” cubre su cabeza con el velo islámico entiendo que su padre, que es “muy religioso”, la ha “convencido” de que debe protegerse de las impúdicas miradas de los muchachos y no contaminarse de la “lujuria occidental” (expresión que utilizó Jatamí en una visita a la Universidad Complutense de Madrid).
 
Como, además, para un buen musulmán la ley es el Corán, el velo no sólo es un símbolo religioso sino también político, símbolo pues del fundamentalismo islámico más totalitario. Por eso la proliferación de cabezas cubiertas por el velo islámico en el paisaje ciudadano no sólo no me produce ninguna alegría sino que me llena de preocupación. Casi tanta preocupación como me causaría que de pronto empezaran a surgir brazaletes con cruces gamadas en las mangas de bellos adolescentes rubicundos.

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