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Alicia Delibes

Enseñanza posmoderna

Dentro de la pedagogía progresista lo más “in” que se puede ahora encontrar son los llamados expertos en “educación intercultural”. En algunas Comunidades Autónomas, son estos expertos los encargados de formar a los profesores para que afronten la diversidad cultural de las aulas y “gestionen la multiculturalidad en la escuela”.

En un manual para la formación del profesorado publicado por Andalucía Acoge, perteneciente a la Federación de Asociaciones pro Inmigrantes Red Acoge, he encontrado un curioso ejemplo de lo que debería hacerse en un centro de enseñanza para afrontar lo que los autores del librito llaman “la diversidad de los modelos profesionales de los educadores”.

Al parecer, y según este manual, dentro de un mismo colegio o instituto hoy en día conviven profesores partidarios de tres modelos distintos de enseñanza, tradicional, moderno y posmoderno, que, “incapaces de vivir su propia diversidad”, se lanzan acusaciones unos a otros tachándose de reaccionarios o de ilusos.

En el modelo tradicional, dicen estos expertos, las escuelas estaban reservadas a la élite social y en ellas se enseñaban “materias nobles para el desarrollo del espíritu, como son las matemáticas, la lógica o la gramática”. La lengua de enseñanza era el griego y el latín; la pedagogía era formalista y se primaba el ejercicio intelectual. Existía la figura del preceptor que impartía autoritariamente sus clases a un grupo de alumnos a los que se exigía una enorme disciplina.

Según se dice en este manual, al modernizarse las escuelas empezaron a enseñarse diversas materias literarias y científicas siempre “organizadas en programas”. Ya no se trataba de educar a unos pocos sino a todos los niños del “Estado nacional”. La lengua de aprendizaje era la nacional, y se “desvalorizaban los dialectos”. El preceptor fue sustituido por un educador que renunció a ejercer la autoridad y a exigir disciplina. El método pedagógico por excelencia pasó a ser la motivación.

En el tercer modelo, el posmoderno, la escuela ya no es para unos pocos ni tampoco para todos los del “Estado nacional”, es “para todos los niños del mundo”. El objetivo de la enseñanza “no es tanto transmitir conocimientos como adquirir capacidades (esto es: aprender a aprender)”.

En una escuela que siga este modelo posmoderno se cultivará el plurilingüismo y se rehabilitarán las lenguas minoritarias, los regionalismos y las subculturas. La clase no tendrá la estructura de un profesor y un grupo de alumnos, como en los modelos anteriores, sino que se organizará de tal forma que se asegure “la cooperación y la multidisciplinariedad”.

Después de ver esta clasificación me ha quedado claro que posmodernos son todos esos fervorosos creyentes de la LOGSE que acostumbran a tachar de reaccionario a cualquiera que pretende resucitar alguno de los valores más tradicionales, como puede ser la disciplina, y de trasnochados a aquellos que, aunque en un principio evolucionaron, quedaron anclados en un descafeinado modernismo.

Pues bien el lunes me enteré por El País que hace dos años, en un colegio de Leganés, un grupo de profesores posmodernos, cansado de tanta diversidad profesional y de tener que convivir con tanto carca, organizaron una auténtica revolución “democrática” y, tras varias semanas de huelgas y manifestaciones, consiguieron que sus colegas reaccionarios y trasnochados huyeran del centro y que la Consejería de Educación les concediera un estatus especial como centro de innovación pedagógica.

Confieso que este asunto me ha resultado totalmente sorprendente. No tenía ni idea de que existieran centros públicos en los que se llevaran a cabo experimentos pedagógicos. Siendo así, y también como experiencia, podría ponerse en marcha algún colegio que, en vez de seguir el modelo posmoderno, se ajustara a uno más tradicional. Por supuesto que la lengua de aprendizaje no sería el latín sino la “lengua nacional” pero eso no impediría que se fomentara en los niños el sentido de la responsabilidad y que se educaran su memoria, su inteligencia y su voluntad. Se les enseñaría el valor de la disciplina y se contratarían profesores que no tuvieran reparos de conciencia a la hora de tener que ejercer la autoridad. Esta escuela no sería para las clases privilegiadas, puesto que se sostendría con el dinero público, sino para todos aquellos padres que aspiraran a hacer de sus hijos unos individuos instruidos, trabajadores, honestos, independientes y responsables.


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