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Alicia Delibes

La enfermedad senil del progresismo

Una de las más tremendas herencias del franquismo ha sido el horror que quedó en la izquierda progresista por los símbolos que representan a España y que, inevitablemente, se identificaron con el régimen de Franco. Cualquier cosa hubiéramos hecho los antifranquistas antes que ponernos en pie al oír los sones del himno nacional, agitar una bandera rojigualda o gritar ¡viva España!.

Los gobiernos de Felipe González, en vez de poner los medios necesarios para sanar a la progresía española de esa enfermedad, fomentaron el regionalismo y el amor a la patria chica y alimentaron el rencor hacia todo lo español en aquellos lugares donde ese regionalismo tenía ya tintes nacionalistas. Esa labor, que debía haber sido sobretodo educativa, se lleva haciendo en España muchos años. Es muy significativo que orgullosamente se griten vivas a Euzkadi, Cádiz, Huelva, Guadalajara o Albacete mientras un irresistible y absurdo pudor impide siempre a un “progre” gritar vivas a España.

Los miembros de ¡Basta ya! y los socialistas vascos contemplan ahora aterrados el resultado de la educación nacionalista de la juventud, pero son incapaces de reconocer, aún, el enorme error que la izquierda ha cometido. Desde esa izquierda se ha alimentado la bestia del nacionalismo y ahora, cuando vuelve sus garras contra la sociedad, se miran espantados y buscan las razones que han llevado a un pueblo a ser insensible ante el sufrimiento.

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