Un artículo de Ignacio Camacho en el ABC del viernes 22 de febrero publicaba las quejas de una profesora que “lleva 20 años en un instituto de la periferia, bregando con una realidad social que no sale en los borradores ministeriales, pionera de una LOGSE en la que cree más allá de sus lacras”. Se trata, pues, de uno de esos profesores que han aprendido bien las enseñanzas del gran experto Marchesi, “reformador permanente de la LOGSE”, como gusta a sí mismo llamarse. Se les podría llamar “talibanes de la LOGSE” porque creen en esa ley con una fe ciega y están fanáticamente convencidos de que la única forma moralmente aceptable de escolarizar a la población es en grupos heterogéneos de los que ningún individuo, por torpe o vago que sea, se tenga que descolgar antes de terminar la enseñanza secundaria obligatoria. Para ellos, la igualdad de oportunidades consiste simplemente en impedir que los más listos y los más trabajadores adelanten a sus compañeros.
Comienza su queja la profesora descalificando a quienes tratan de resolver los problemas del aula sin haberla pisado jamás. Me choca que después de llevar 20 años en la enseñanza todavía no se haya enterado de que quienes hicieron esa ley, en la que tanto cree, llenaron el Ministerio de Educación de profesores en comisión de servicio que cambiaron la tiza por el despacho. La mayoría de ellos todavía sigue y otros, los menos, han sido sustituidos por otros ex docentes más afines al partido gobernante. Así que eso de que nunca han pisado un aula, desgraciadamente, es completamente falso.
Esta profesora, que según Ignacio Camacho está terriblemente “cabreada” con la supuesta Ley de Calidad, empezó su vida docente casi al tiempo que el PSOE llegaba al poder y es uno de esos apóstoles del socialismo que se escandalizaría de oír que para que peleche el grano es preciso separarlo de la paja y que es bueno hacerlo porque si no cometeríamos una terrible injusticia con el grano. A esta mujer le escandaliza que se quiera enseñar a aquel que está capacitado para aprender y, para ella, preocuparse más por los buenos que por los malos alumnos es una auténtica injusticia social y una aberración moral. Así que comprendo que considere inaceptable la idea de establecer diferentes itinerarios.
Tampoco la reválida le gusta a nuestra logsista, pues dice que un examen evalúa conocimientos y que ella lo que quiere es “enseñar a pensar, a fomentar el criterio y desarrollar la curiosidad y el afán de saber”. Desgraciadamente, no es un caso raro esta joven. Marchesi y los suyos hicieron bien su trabajo. Son muchos los profesores que dicen estupideces de este calibre y mucha la gente que, sin saber nada de educación, al oírles, les da pábulo.
En ese desprecio por la adquisición de conocimientos está la clave del pensamiento pedagógico de la LOGSE. Estos talibanes, que han demostrado una incapacidad total para enseñar a leer, a escribir o hacer cuentas, tienen la osadía de considerarse expertos en enseñar a “pensar”. Creen que un individuo puede ser analfabeto y tener criterio, y están convencidos de que ellos, con su excelente metodología, son capaces de convertir a unos adolescentes predelincuentes en individuos ávidos de sabiduría.
Cómo no, para terminar sus quejas, nuestra logsista pide dinero: “me gustaría que alguien me explicara cómo se puede mejorar la calidad sin gastar un euro. Una enseñanza de calidad significa igualar las oportunidades de los grupos excluidos. Y eso implica un gran desembolso”.
Pero por muy irracionales que suenen las teorías pedagógicas de esta profesora es preciso saber que son compartidas por un buen número de docentes que nunca verán con buenos ojos las medidas que tome el Gobierno. Con ellos nunca se podrá llegar a un acuerdo para mejorar el sistema educativo porque, como dijo Popper, “es imposible convencer a alguien mediante razonamiento de que cambie una convicción a la que no ha llegado mediante el razonamiento.”
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