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Alicia Delibes

Urbanidad

Este último fin de semana se han celebrado en Murcia las II Jornadas Nacionales sobre Educación Secundaria, Bachillerato y Formación Profesional, organizadas por el sector de enseñanza del sindicato CSI-CSIF. En el acto de clausura, al que acudió Pilar del Castillo, los dirigentes de este sindicato independiente manifestaron a la ministra de Educación su apoyo al anteproyecto de la Ley de Calidad .

Por allí pasó Amando de Miguel con una conferencia sobre “Padres, hijos y educación,” en la que ofreció una serie de datos recogidos en diferentes encuestas sobre lo que los padres piensan y esperan de los centros de enseñanza a los que acuden sus hijos. De toda la información que Amando aportó un dato me resultó especialmente significativo. A la pregunta “¿qué echa en falta en la educación de sus hijos?” se presentaban cinco respuestas posibles: 1: Más Historia y Literatura, 2: Más Matemáticas, 3: más idiomas, 4: Más actividades extraescolares y 5: normas de buena educación. Bueno, pues resulta que la respuesta más elegida fue la de “normas de buena educación” (48%), seguida de “más Historia y Literatura” (41%), “más Matemáticas” (40%), más idiomas (33%) y por último “más actividades extraescolares” (27%).

Muchas veces los padres no se enteran muy bien de lo que pasa por el colegio, y muchos de ellos carecen de preparación suficiente como para saber si las Matemáticas, la Historia o la Literatura que estudian sus hijos es poca, mucha o demasiada. Pero sí pueden juzgar muy bien es si sus hijos se comportan de forma “educada” o no, y si tienen, o no, suficientes actividades extraescolares. y resulta que, al contrario de lo que cualquier pedagogo progresista se empeña en hacernos creer, lo que más echan de menos en la formación de sus hijos es eso que antes se llamaba urbanidad.

Cuando los jóvenes profesores de mayo del 68 aterrizamos en los institutos españoles y luchamos por la democratización de los centros, uno de nuestros objetivos fue terminar con esa urbanidad que reflejaba los usos de una clase burguesa. La permisividad absoluta con la manera de comportarse de niños y jóvenes malcriados era casi una obligación política. Estábamos convencidos de que lo que nosotros considerábamos “buenas maneras” era la manifestación de nuestra “cultura burguesa”, una España sin franquismo no necesitaba de “normas de educación”, los niños debían ser felices creciendo y comportándose de forma relajada. Jamás se censuró en un comedor escolar la forma, a veces salvaje, de comportarse de los pequeños comensales. Nunca se obligó a un alumno a dar los buenos días, ni las buenas tardes, a dejar paso a su profesor al cruzar una puerta o a disculparse cuando entraba tarde en clase.

Después de tantos años de “democracia escolar”, el espectáculo que puede ofrecer un grupo durante una clase cualquiera en un instituto cualquiera es a veces escalofriante. Chicos que se intercambian a gritos los más sangrientos insultos, alumnos que llaman con impunidad “gilipollas” a su profesor, empujones al entrar o salir de clase a discreción, y así se podría ir describiendo una larga lista de atentados contra la “buena educación”.

Aunque hay quien se niega aceptarlo, los progres de ayer somos bastante responsables de la situación que vive la escuela pública hoy. No es solamente culpa de quienes llegaron a tener responsabilidades políticas en los años socialistas. Los profesores y padres de entonces fuimos renunciando al ejercicio de la autoridad en un equivocado deseo de hacernos colegas o amigos de nuestros alumnos e hijos. Hay muchas cosas que ya no tienen remedio y tampoco vale llorar ante la leche derramada pero lo que sí hay que evitar es que los formadores de profesores, los pedagogos, los expertos en educación sigan empeñados en confundir la democracia con la demagogia y se atengan a doctrinas que creen rusonianas pero que son simplemente estúpidas.

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