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Álvaro Martín

La agonía de Terri Schiavo

Lo que estos asuntos ilustran es el nivel de infantilismo moral terminal de nuestra cultura, en que la conciencia es un eslogan y una peli

Terri Schiavo padeció un ataque cerebral hace doce años y permanece en un hospital de Florida, en un estado que podría describirse como semiconsciente o poco más que vegetativo, según uno escuche a los padres y hermanos de Terri, que sostienen lo primero, o a su marido Michael, que mantiene lo segundo. Los padres llevan una década luchando por la vida de Terri, aduciendo que es parcialmente consciente y capaz de comunicarse, alimentando la esperanza de que algún día mejore en su estado. También dicen que Terri se hubiera aferrado a la vida en cualquier circunstancia y que continúa queriendo vivir. Michael dice que su estado es irrecuperable, que su mente es un espacio vacío y que, de poder expresarse, desearía poner fin a su vida o a lo que queda de ella.
 
Un juez de Florida concurre con el parecer de Michael Schiavo, que tiene la custodia legal como familiar más inmediato, y ha ordenado desconectar el tubo por donde Terri recibe el agua y nutrientes que necesita para seguir viviendo. En cumplimiento del mandato del juez, el hospital retiró el tubo de alimentación el viernes 18 de marzo a las tres de la tarde. Terri agonizaría por espacio de dos semanas hasta morir de hambre y deshidratación (eutanasia significa buena muerte) ante la impotencia y la desesperación de sus padres y el beneplácito de Michael, que podrá continuar su vida con la mujer con la que convive desde hace nueve años y con la que tiene dos hijos. Es dudoso que tenga el bienestar de Terri como guía última de su conducta.
 
La Cámara de Representantes del Congreso de EEUU adoptó la semana pasada un proyecto de ley para impedir la muerte de Terri. El Senado adoptó un proyecto de ley paralelo, pero tan diferente que ambas Cámaras tenían dificulatades para conciliar ambos proyectos a tiempo de adoptar un texto y salvar la vida de Terri. Los demócratas del Senado, sensibles a la presión de la opinión pública sobre esta cuestión, se avinieron a debatir el proyecto de ley pero, Demócratas hasta el fin (hasta el fin de Terri, claro está), cogieron la vida de Schiavo y el proyecto de ley que la hubiera salvado como rehenes, para introducir enmiendas extrañas al objeto de la legislación y desandar lo andado en otras áreas legislativas donde han salido derrotados este mes (por ejemplo, el final de la obstrucción a nombramientos de jueces). Si esto suena estomagante es porque lo es.
 
En un último esfuerzo, un Comité del Senado citó a Terri (que, a pesar de su estado, puede desplazarse) y a su marido a comparecer en Washington la próxima semana. En su condición de testigo federal, la muerte de Terri constituiría un delito de “desprecio al Senado”. Aún así, el juez del estado de Florida dictó el auto ordenando la muerte de Terri Schiavo. Los padres han recurrido a un tribunal de apelación para conseguir que Terri pueda ser alimentada de nuevo. En el momento de escribir estas líneas parece que el Congreso aprobará la legislación necesaria para volver a reconectar a Terri.
 
Terri no está en coma, reacciona a estímulos y es capaz de comunicarse rudimentariamente. Respira por sí misma. Su vida no está siendo mantenida de forma artificial. La voluntad de Terri es imposible de juzgar. Sus padres y sus hermanos no quieren su muerte e interpretan su condición de manera diferente a la de su marido quien, por su parte, a pesar de haber rehecho su vida hace años con otra mujer con la que convive, se ha negado al divorcio para mantener la custodia legal de Terri y poder seguir instando su muerte por tierra, mar y aire (hay amores que matan, literalmente). La Asociación de Derechos Civiles de América (ACLU) ha estado con Michael y el derecho a una muerte digna, pero no con los padres de Terri y el derecho a vivir. La ACLU ha estado siempre contra las ejecuciones de asesinos, todas y cada una de ellas, pero no contra la tortura y ejecución por hambre de una inocente, Terri Schiavo.
 
Uno podría repasar todas las piadosas banalidades que se recitan para oponerse a la pena de muerte por los mismos pequeño-narcisistas de los buenos sentimientos que se manifiestan a favor de la eutanasia, de la “muerte digna”, del aborto y otras “libertades”. ¿Recuerdan?: “¿Y si se ejecuta a un inocente?, ...¡los errores existen!”. En el caso de Terri, es inocente. “El estado no puede arrogarse el derecho a matar”. Los defensores de los derechos civiles no sólo no se oponen a que un juez decida apagar la vida de Terri, sino que la instigan. “La pena debe dirigirse hacia la rehabilitación”. A Terri nunca le dejarán la oportunidad de rehabilitar su moral, su cerebro o su maltrecho físico. “La tortura es inhumana y una aberración moral”. Terri hubiera sido torturada hasta la muerte por hambre y sed durante dos interminables semanas. No me cabe duda de que cualquiera cambiaría ese destino por una vida entera poniéndose panties en la cabeza en Abu Ghraib.
 
El caso de Terri Schiavo ha coincidido en el tiempo con otro aún más deprimente e igualmente revelador. Esta misma semana, el Fiscal de West Mercia, al oeste de Birmingham en el Reino Unido, decidía no procesar a dos doctores que acabaron con la vida de un bebé en el octavo mes de gestación porque tenía un defecto en el paladar. El Fiscal razona que, aun cuando el acto era ilegal (es decir, ¿cómo diríamos?...un asesinato, por ejemplo), los doctores actuaron de “buena fe”. Traducción: si uno está animado de sentimientos progresistas, entonces el asesinato deja de serlo y se convierte en un error excusable y aun encomiable.  
 
Eutanasia en Florida, eugenesia en West Mercia. Lo que estos asuntos ilustran es el nivel de infantilismo moral terminal de nuestra cultura, en que la conciencia es un eslogan y una peli. Este es un mundo moral e intelectualmente complejo. Nadie debería ser tan frívolo como para despachar interrogantes morales de esa envergadura con remedos de ideologías superpuestos a la capacidad de ejercer el raciocinio y dar trabajo a la conciencia. Incluyendo los egocéntricos jueces de Florida, los fiscales de la Corona o las michaelmoorificadas estrellitas de Jolibuz .
 
Osama dice que los hombres, ante la oportunidad de elegir entre un caballo fuerte y otro débil, eligen naturalmente el primero. Puede ser, pero no entre nosotros. Sólo un occidental, elige en cada venta y cruce de caminos el caballo lleno de picaduras y moribundo en que se ha convertido el cascarón vacío de la autoconciencia occidental y su perturbado sentido de la moral.

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