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Álvaro Martín

Un presidente digno de Pat Tilman

El ridículo clamoroso de los narcisos y otros “poseurs” de la industria del entretenimiento -los Bruce Springsteen, Michael Moore, Ben Affleck– no debe ocultar la cultura que representan

Si uno tuviera que conceder el premio a la idiotez sin aleación alguna de actividad mental  por los más divertidos análisis políticos de la reciente campaña electoral americana, la actriz Cameron Díaz sería una dura competidora de los editoriales del New York Times o The Guardian. Díaz, que declaró que la elección de George Bush acabaría con el control de las mujeres sobre su propio cuerpo, debe estar terminando de poner el suyo en una consigna del aeropuerto de Los Angeles, a la espera del primer vuelo a Riad. Es dudoso, uno pensaría, que 60 millones de americanos hayan votado al Presidente con la mente puesta en controlar el cuerpo de Cameron Díaz, especialmente después de haberlo visto en sus últimos filmes. Pero a muchos no les importaría transferir el control del suyo a cambio de cobrar más de 10 millones de dólares por unas semanas de rodaje y una vida entera de adulación.
 
Pat Tilman no cobraba 10, pero cobraba 4 millones anuales como defensa del equipo profesional de fútbol americano Arizona Cardinals en 2001. Tilman estaba en su tercera temporada como profesional después de haber sido una estrella de la Universidad de Arizona. En octubre de 2001, un mes después del 11 de septiembre, Tilman se alistó en los Rangers, un cuerpo de élite del Ejército de Tierra americano, habiendo decidido retirarse del deporte y cambiar su salario de 4 millones por el de 20.000 dólares anuales. Pat Tilman nunca concedió una entrevista ni realizó declaraciones. Murió en combate el pasado verano en Afganistán, sacrificando su vida en el altar de la libertad.
 
No es casualidad que el mundo del deporte americano haya apoyado masivamente a George W. Bush, aunque su posición -que no se ajusta al troquel ideológico de los medios- ha sido silenciada en lo posible por éstos. Los valores de sentido de la responsabilidad, de compañerismo y de sacrificio personal, de esfuerzo y de competición son mucho más inherentes a la fábrica espiritual de EEUU. Pero sobre todo, son tanto más pertinentes a la cultura política post 11 de septiembre. Son los valores que llevaron al sacrificio a Pat Tilman y que triunfaron el 2 de noviembre.
 
El ridículo clamoroso de los narcisos y otros “poseurs” de la industria del entretenimiento -los Bruce Springsteen, Michael Moore, Ben Affleck– no debe ocultar la cultura que representan. Billonarios sin ningún referente real, su única función es la de reproducir serialmente su propia personalidad. Expertos auto-ungidos en teoría social, las grandes cuestiones siempre tienen una relación directa e intransitiva con ellos mismos: con el control de sus cuerpos, las ventas de sus discos, las alucinógenas y aburridísimas persecuciones de las que son objeto. Si no fuera por el pequeño detalle de la Guerra por la Civilización, a algunos nos hubiera sido imposible resistir la tentación de una Administración Kerry, con Michael Moore de Fiscal General, Noam Chomsky en el Departamento de Defensa y Bruce Springsteen de Consejero de Seguridad Nacional. Hubieran vuelto los felices noventa, cuando Susan Sarandon y demás fauna cenaban todos los días con Bill y Hillary para convertir la amenaza terrorista o la reforma de la sanidad en una ocasión para describir sus sentimientos más íntimos respecto de la vasta conspiración ultraderechista. Si acaso, John Kerry, el hombre que hablaba francés con los franceses y chino con los americanos, hubiera sido más deudor de Hollywood que los Clinton, habiendo aceptado que Rodeo Drive estableciera el programa demócrata.
 
El error de cálculo es que el discurso circular de las “élites” consigo mismas (del Partido Demócrata con  el Tribunal Supremo de Massachussets, de Noam Chomsky con el New York Times, de Michael Moore con el jurado de Cannes y de la histérica y envejecida colegiala Maureen Dowd con el espejo) no funciona en América después del 11 de septiembre de la misma manera que en los 90.  Mientras las élites insisten en convencer al americano medio de que las elecciones giran realmente en torno a sus sentimientos esclarecidos y al cuerpo de Cameron Díaz, los americanos demuestran una y otra vez que lo que está en juego va un poco más allá de las piscinas de Beverly Hills y los ataques de nervios de Paul Krugman. Y mientras las élites, bostezantes a propósito de la Guerra contra el Terror, conminan a los americanos a preocuparse por el índice de paro (el más bajo de Occidente), los americanos persisten en traer a colación los valores de la comunidad. Esos mismos valores que los mandarines de la religión del estado quieren sustituir por la moda del momento, llámese matrimonio gay o aborto con nacimiento parcial (vulgo infanticidio). Y ellos, después de llevar al Partido Demócrata a la irrelevancia política y a la bancarrota intelectual y moral, todavía no lo cogen.
 
Los 90 y su full Monica no volverán. El realineamiento político en EEUU se ha consolidado con la adición de muchos “Republicanos del 11 de septiembre” que abrazan la determinación de un hombre íntegro, capaz de liderar América con el coraje de su convicción. George W. Bush dijo en su alocución del 3 de noviembre que se propone gastar todo su capital político en su segundo mandato. Es decir, que la victoria en la Guerra por la civilización, la lucha contra la quiebra definitiva de la seguridad social y asegurar el imperio de la ley – y no de los psicodramas interiores de los jueces “progresistas”- son sus prioridades hasta 2009.
 
Hay muchos Pat Tilman en América –y fuera de ella- que están orgullosos del Presidente. Tilman, a quien la Liga Nacional de Fútbol rindió homenaje el Día de los Veteranos, 11 de noviembre, pertenece a la historia. Exactamente en el mismo capítulo donde está George W. Bush.

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