Evo Morales, el cultivador de coca que estuvo a punto de ceñirse la banda presidencial en Bolivia, es una creación meticulosa (y jurásica) de Washington. Mejor dicho, de su política de erradicación forzosa de cultivos, que ni erradica ni cultiva –sólo engendra monstruos, como la razón de Goya.
Estados Unidos “sugirió” en 1998 a Bolivia el Plan Dignidad para el Chapare. En el 2001 el ejército altiplánico había reducido de 40.000 a 7.000 las hectáreas de cultivo. Miles de familias quedaron en la más digna de las hambrunas: los plátanos y las piñas no eran capaces de restituir los 400 millones de dólares perdidos con la coca arrasada. La gente se sublevó, hubo muertos y heridos.
El gobierno boliviano envió una fuerza expedicionaria entrenada y pagada por los americanos. No tardó en ser denunciada por violaciones a los derechos humanos. Al poco tiempo, Evo Morales era un fenómeno en Bolivia. ¿Y qué logro pueden exhibir los Estados Unidos? La oferta de cocaína en el mercado estadounidense no ha disminuido: el precio en la calle se mantiene. Los apéndices nasales siguen tan activos como siempre.
Mientras tanto, los países andinos se quejaban de que las promesas de Washington –acceso para los productos agrícolas y textiles– se dilataban a las calendas griegas (el Tratado Arancelario de Preferencias Andinas ha sido finalmente aprobado, pero con condiciones importantes). Los subsidios a la agricultura totalizan ya 50 mil millones de dólares en Estados Unidos, lo que da argumentos a los cocaleros, que se quejan de no poder acceder a ese mercado con otros productos. El mercado europeo, cuyos subsidios duplican el monto norteamericano, cuenta la misma historia. Esta doble moral sirve de maravilla al demagogo latinoamericano, porque de paso cuestiona toda la política de apertura que norteamericanos y europeos fomentaron en nuestros países, incluyendo las privatizaciones, mientras nos cerraban sus puertas. La erradicación de cultivos se ha vuelto un pretexto para fustigar todo el ethos del libre mercado.
Para incongruencias, otro botón: la reciente elección de Sánchez de Losada en Bolivia frente a Evo Morales ha resultado del apoyo de un tercer candidato, Paz Zamora, con la mediación gringa. No habría nada de extraño si no fuera porque Paz Zamora es el mismo a quien Estados Unidos canceló hace unos años la visa norteamericana por sospechas de que estaba vinculado al narcotráfico.
Los resultados de la erradicación de cultivos no son distintos en Colombia y el Perú. Con un nombre menos elevado –Plan Colombia–, Washington incentivó en ese país la erradicación de cultivos. Otorgó 1.300 millones de dólares, lo que permitió comprar helicópteros Black Hawk, y proveyó entrenamiento militar. Infligiendo un fuerte costo a las personas y la agricultura de la zona, el gobierno arrasó 60.000 hectáreas entre 1999 y 2001 (subsisten unas 160.000). ¿Resultado? Las hojas de coca saltaron al Perú y la oferta en las fosas nasales de los Estados Unidos no disminuyó. Hasta que las hojas de coca empezaron a brotar otra vez en… ¡Colombia! Y ahora también en Bolivia –el 95% de los cultivos que se erradican últimamente son recientes. En lugar de una piedra, es una hoja de Sísifo: cada vez que se cree haberla erradicado, la hoja rebrota y hay que empezar de nuevo.
Washington cree que todo es un problema de grados. Por tanto, aprobó otros 900 millones de dólares (acaba de subir a 1.500 millones) para el Plan Colombia, rebautizado como Iniciativa de las Américas. La única razón por la que no hay un Evo Morales en Colombia todavía es que las organizaciones terroristas han traumatizado a la población al punto que ésta, desesperada, ha optado por Alvaro Uribe. Pero Evo Morales brincará en cualquier momento a Colombia, con la misma agilidad que las itinerantes matas de coca. Por eso haría bien Uribe en distinguir entre el problema de la droga y la subversión terrorista. Están íntimamente ligadas en alianza táctica pero la solución de largo plazo exige un tratamiento diferenciado.
¿Y el caso peruano? Durante los 90, en estrecha colaboración con Vladimiro Montesinos, Estados Unidos otorgó 110 millones de dólares para la sustitución de cultivos. Las plantaciones se redujeron en un 60%: todo parecía ir a las mil maravillas. Sólo que esos cultivos se desplazaron a Colombia, antes del inicio del Plan Colombia. Unos años más tarde, con el Perú en plena recesión y Fujimori en lenta caída, la coca hizo su rentrée: los cultivos desplazados de Colombia se asilaron en el Perú. Los campesinos están arrancando el café, el cacao y otros cultivos, y sembrando coca, tres veces más rentable. Como Sendero está parcialmente de regreso, los barones de la droga pagan a los terroristas para que los protejan, y con ese dinero ellos compran alimentos a los campesinos. ¿Cómo responde Washington? Acaban de anunciar que quieren triplicar el dinero anti-cultivos.
Como en Bolivia, hay crecientes movilizaciones de cocaleros en Apurímac y el valle del Ene. Y los que defendemos las buenas relaciones con los Estados Unidos y muchos de sus valores, estamos cada vez más descolocados.
No hay, desde luego, garantía alguna de que si la política norteamericana cambiara estos demagogos latinoamericanos resucitados volverían a sus tumbas. Pero Washington practica con esmero la necrofilia política en nuestras tierras.
Alvaro Vargas Llosa prepara un libro sobre las reformas latinoamericanas de los 90 bajo el auspicio de The Independent Institute.
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