El rifirrafe político con ocasión del chapapote gallego nos está llevando a extraños vuelcos del sentido de las palabras. Por ejemplo, ante la cuestión batallona de si tenía que comparecer o no el delegado del Gobierno, ante el Parlamento gallego, alguien desbarró. La frase fue: “El Parlamento gallego es soberano”. Alto ahí. Las palabras no pueden significar lo que yo quiero que signifiquen. Eso solo sucede en el país de las Maravillas. Ni siquiera el Parlamento español es soberano, o solo lo es por delegación. Desde 1812 ─salvo los amplios periodos excepcionales─ el único soberano es el pueblo español. Por eso existe España, la Constitución y todas las demás instituciones, incluido el Parlamento gallego. Precisamente lo que ahora se llama “soberanismo” es que el Parlamento vasco quiere ser soberano. Y luego querrá ser soberana Vitoria y así sucesivamente, como las muñecas rusas, valga el comparando. En donde se demuestra que la significación de las palabras no es asunto menor.
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