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Amando de Miguel

Aquí va a haber más que palabras

Enrique Rodríguez introduce "liberal" en un buscador y se encuentra con una ristra de "pubs liberales, clubes de alterne, locales para homosexuales; vaya, puterío".

Respecto a la palabra buscada para calificar a una persona molesta, Concha do Campo de Feijoo aporta coñazo o pestiño. Entiendo que lo del pestiño viene porque se trata de un dulce aceitoso y almibarado. Doña Concha añade una frase que se dice al que molesta: Estache por ahï que xa te chamare (= quieto ahí que ya te llamaré). En inglés dicen: get lost! (= piérdete).

Jordi Tremosa dice que, en catalán, a la persona molesta la llaman torracollons (= tostacojones).

Agustín Fuentes opina que la eficacia del "molino" generador de electricidad no depende del precio del petróleo sino de la velocidad adecuada del viento. Entiendo que la eficacia técnica puede ser pero no la económica, que es la que interesa. Quizá podríamos decir entonces "efectividad". Pero ya veo que es imposible ponernos de acuerdo en la distinción entre eficacia, eficiencia y efectividad. Existen tantas interpretaciones como opinantes. Tampoco es que esa ambigüedad sea mala del todo.

José Daniel López Salazar arguye que la razón por la que no figuran en el DRAE las voces gemelos o prismáticos es porque se trata de "meros calificativos". No me parece una razón de peso, pues los calificativos son también palabras. Además, en la parla común gemelos y prismáticos son sustantivos. Así figuran en el Diccionario de Manuel Seco y otros, el más completo que conozco. Don José Daniel opina que esa transformación de adjetivo en sustantivo se ha producido en otros casos, como playeras (= zapatillas de lona).

José R. Perdigón (Greenhills, San Juan del Monte, Filipinas) considera fuera de lugar mi afirmación de que la voz pelo (aplicado a los humanos) suele tener un sentido afrentoso, que no se adhiere a cabello. Tiene razón don José R. Creo que me excedí un pelín al fijarme en que hay algunas frases referidas al "pelo" que llevan un sentido despectivo. Pero, efectivamente, vamos a la peluquería a cortarnos el pelo sin que esa mención resulte desdeñosa. Lo de "cabello" tiene más un sentido poético y sirve muy bien para la publicidad. Subsiste la radical curiosidad que podemos aplicar a otras muchas situaciones: ¿Por qué necesitamos dos palabras para designar la misma cosa?

Enrique Rodríguez introduce "liberal" en un buscador y se encuentra con una ristra de "pubs liberales, clubes de alterne, locales para homosexuales; vaya, puterío". Ahora comprende por qué los norteamericanos utilizan la palabra "liberal" para referirse a los "hippies y demás progresía" y de ahí que se atengan mejor a "libertarios" para referirse a los liberales de verdad. Entiendo que lo de "liberal" aplicado al puterío, que dice don Enrique, puede ser una perversión del término. Antes de su sentido político, liberal era, en español, tanto como desprendido, tolerante, generoso, dadivoso. No es de extrañar, pues, que, estirando un poco ese sentido clásico, liberal haya terminado también por designar a los que entregan generosamente su cuerpo para deleite del prójimo. Por ese lado liberal es un pariente de libertino. Recuérdese que los prostíbulos eran "casas de tolerancia".

Pero, en fin, el sentido moderno del término es eminentemente político. Es una innovación de las Cortes de Cádiz en 1812 y pronto pasa a otros idiomas, cuando se generalizan los partidos políticos. Así, el partido liberal se oponía al conservador. Me quedo con la definición de liberal que da el Diccionario de R.J. Cuervo: "Dícese de las doctrinas en las cuales se defiende al máximo la tolerancia, las libertades ciudadanas, el respeto a la iniciativa privada, la reducción de las restricciones [al comercio]". La asociación de liberal con libertino (= persona disoluta, licenciosa, inmoral) procede de una secta del siglo XVI, que floreció en Francia y Holanda sobre todo, llamada los libertinos. Su tesis era que todo en el Universo es de Dios, por lo que el hombre no puede pecar. Por tanto, no había ninguna diferencia entre el bien y el mal. Se desprende que, con ese punto de partida, no hubiera ningún código moral.

En la tradición norteamericana, liberal es otra cosa. Comienza con el sentido clásico de tolerante, generoso; en la práctica equivale a no oponerse a los católicos o los judíos. A comienzos del siglo XX, los liberales propugnaban una cierta intervención del Estado ya que, de otra forma, las libertades quedarían solo como "formales", sin contenido. El presidente Franklin D. Roosvelt en los años 30 hizo famoso este cuento: "La civilización es como un árbol que, al crecer, produce ramas secas o poco productivas. El radical quiere cortarlo. El conservador dice que no hay que tocarlo. El liberal argumenta que lo mejor es podarlo". A partir de ahí, los liberales norteamericanos se asemejan más bien a los que en Europa pasarían por socialdemócratas o socialistas moderados. Hay una frase para desacreditar a los liberales norteamericanos: "Un liberal es una persona que tiene los pies firmemente asentados en el aire".

Con los años, la voz liberal se fue asociando también con los partidarios del aborto, de la libertad de vender drogas, pero sobre todo con el mayor gasto público. Hay también los limousine liberals (= liberales del haiga, diríamos en la España de antes), esto es, los que presumen de izquierdistas pero, por ser famosos, viven con todo tipo de lujos. Están también los bleeding hearts liberals (= liberales de los corazones sangrantes), los así caricaturizados por los conservadores, porque se conmueven por las desgracias de los marginados. La consecuencia es que promueven todo tipo de actuaciones públicas para aliviar esos sufrimientos con un enorme dispendio del gasto público, lo que significa elevar los impuestos. Lo de "corazón sangrante" es una caricatura de una orden religiosa medieval a favor de los pobres bajo el patrocinio de Nuestra Señora del Corazón Sangrante (o Misericordioso, diríamos mejor).

Silvia Linder (Argentina) me dice que en la Argentina liberal se asocia "a la corrupción y a las privatizaciones espurias, cuando no como cómplice, de cuanto totalitarismo de derechas ande suelto por el mundo. Vista esa degradación, doña Silvia sugiere que los verdaderos liberales nos llamemos "libertistas" o "liberalistas", ya que "libertario suena más a revolución". José Mª Navia-Osorio se pregunta si no habría que reivindicar la calificación de "libertinos" para los auténticos liberales. Don José Mª está en desacuerdo con la frase tópicamente liberal: "Aborrezco todo lo que usted dice, pero daría mi vida para que pudiera seguir diciéndolo". Añade don José Mª: "Que no cuenten conmigo para defender a quien quiere hacerme daño". En efecto, ser liberal no equivale a ser misericordioso (corazón sangrante).

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