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Amando de Miguel

Caprichos léxicos

Serafín Fernández acepta el capricho léxico que significa la voz familiar “firurifa” para indicar la cariñosa descripción de una prostituta. Me sugiere que recobre la voz alternativa de “suripanta”. En su día cumplió la misma función. Una palabra prohibida (prostituta) se designa con un eufemismo grato al oído, como si fuera un ñoñismo. Como es sabido, la voz “suripanta” se popularizó a través de una famosa revista musical (entonces ópera bufa) de 1866. Simplemente, era el nombre inventado con que empezaba una cancioncilla procaz, remedando palabras griegas o en caló. Desde entonces las suripantas fueron las coristas o vedetes, se supone, que de vida un tanto alegre. Pues eso, como las firurifas.
 
A propósito de las palabras inventadas, Javier Sáenz-Diez Touriño, me comunica otra palabra familiar: “Ocransanabó”. Un tomo de la Enciclopedia Larousse abarca las voces desde Ocran- a Sanabu-. Lo mismo se puede hacer con otras muchas enciclopedias. El tomo 16 de la Britannica se denomina “Chicago-Death”. No está mal para recordar a los gangsters.
 
Siguiendo con los eufemismos eróticos, José Miguel González Villena, de Toledo, me sugiere que, en lugar de “trabajadoras sexuales”, dijéramos “las del ramo de la ingle”, uso que empleó Francisco García Pavón. Como eufemismo está bien, pero mejor sería decir simplemente “putas” con todas sus derivaciones (putillas, putiferio, etc.). Lo de “trabajadora sexual” se podría confundir con “ginecóloga”.
 
Un capricho léxico de otro orden es el tratar con el artículo masculino a sustantivos que son femeninos. La razón es la de evitar la cacofonía, pero solo con el artículo “la”. Juan Puyol Piñuela me escribe todo un tratado sobre esa cuestión. Por ejemplo, debe decirse “el alma” y “la torturada alma”; o también, “el arte” y “el arte poético”. Sobre el particular los errores son continuos en el lenguaje hablado y escrito. Recuerdo un alumno que me preguntó: “¿Cuál es la aula del examen?”.
 
Un verdadero capricho es el de algunos ordinales. Por ejemplo. Decimos “Fernando séptimo” pero “Alfonso trece”, escritos ambos con signos romanos. Iván Iglesias-Palomar Bermejo me aporta esos ejemplos. Me avisa de que la cosa va mal con lo del “treinta y cinco Congreso”. Los ordinales se pierden. Todavía se comenta lo del “catorceavo” (en lugar del “decimocuarto”) que dijo un ministro de Educación. Bien es verdad que se trata de errorcillos comprensibles.
 
Angel de Ciudad Real me comunica un reciente capricho léxico mucho más grave. Por lo visto, el rótulo oficial de “Ayuntamiento de Madrid” está siendo sustituido por “Madrid”,  así, con minúsculas internéticas en todo tipo de papeles, placas y vehículos. ¿Molestará lo de “Ayuntamiento” por su parentesco sexual?
 

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