Siempre me han parecido admirables los anónimos correctores de estilo. De ellos he aprendido mucho. Aman la lengua común como yo la amo. Pero de un tiempo a esta parte anda el oficio descuajeringado. Me corrigen lo que no debe ser corregido. Acepto encantado las nuevas normas de la Academia. Me permiten quitar el acento del adverbio “solo” o de los pronombres demostrativos. Pero son varios los medios donde publico en los que me vuelven a introducir esos inútiles acentos. De nada vale mi querencia por el artículo determinado: me lo quitan bonitamente cuando les place. Corrijamos a los correctores.
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