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Amando de Miguel

Correos simpáticos

Sigo recibiendo cantidad de felicitaciones por mi somero análisis del lenguaje de don Federico (Jiménez Losantos). A don Abilio Gutiérrez le ha entusiasmado tanto que se lo ha reexpedido a toda su libreta de direcciones. Eso está muy bien. Alaba que algo queda.

Severo Arranz Martín se suma a esas congratulaciones. Recuerda el origen de Jiménez: eximius (= excelente), tal como lo recoge en su libro Etimologías inéditas y curiosas. Recomendado, una vez más.

Mi análisis sobre el lenguaje de don Federico coincidió en el tiempo con los ataques que recibió nuestro hombre por parte de algunos desalmados catalanes. No es el primero ni será el último. Algunos libertarios entienden que mi artículo fue una respuesta a esos ataques y me felicitan doblemente por ello. Dice, por ejemplo, Santiago Cobo: “Felicidades. No es virtud de estos días sacar la cara por los amigos, especialmente cuando los poderosos andan al acecho. Es bueno que los injustamente agredidos no se sientan solos. Él [don Federico] y usted tiene también mi modesta compañía”. ¡Cuánto se agradece! Un efecto positivo de la campaña desatada contra la COPE es que me paran algunas personas por la calle para solidarizarse. Claro que el final suele ser: “¡Más caña!”. Las señoras suelen añadir: “¡Un beso para Federico!”. Tampoco puedo excederme en el cumplimiento de ese envío.

José Eduardo Fernández (Málaga) razona que el título de mi novela Nuestro mundo no es de este reino puede aplicarse muy bien a los directivos empresariales, sujetos a tantas modas y cambios. Sostiene don José Eduardo que la frase “mi mundo no es de este reino” es de Baudelaire. Lo ignoro. Creo recordar que es la típica paradoja de Unamuno y de Bergamín. Hay también una novela portuguesa con ese título. Pero yo me refiero a “nuestro mundo”, en plural de dos, que es la clave de mi relato. Tengo dicho que el género de citas espurias (quién dijo o no dijo qué) me fascina. Lo más divertido es que una señora de Sevilla anda intrigada porque el argumento de mi novela se corresponde fielmente con una verdadera historia sucedida en esa ciudad. Están todos los elementos: la monjita, la enfermedad, el parentesco, el psiquiatra. Pero la verdadera historia procede de Zamora. La puede certificar su alcalde (Antonio Vázquez), un escritor paisano mío (Ramón Carnero) y hasta el famoso Jeremías, restaurador de El Torreón, en Tordesillas. Luego en Madrid hay otros testigos que aparecen en mi narración con sus verdaderos nombres. Todos ellos han tratado a mis personajes. Claro que, en Zamora, la madre de Ramón Carnero asegura que la historia que cuento es la mía. No diría yo que sí ni que no sino todo lo contrario. ¿Cómo no va a ser verdad lo que dice un sociólogo?

José Miguel Calleja reconoce que empezó a leerme, aunque, asegura, “nunca le he tenido gran simpatía”. Pero luego se ha congratulado con algunas de mis observaciones que coinciden con lo que oía decir a sus abuelos. Continúa: “Me gusta que las personas se expresen como sienten, que se rían sanamente de equivocaciones orales y que todo esto se comunee en su espacio. También debo confesar que me priva que descomponga a algunas personas… En fin, viva la palabra llana, sincera, sin maldad y que la compartamos mucho tiempo”. Agradezco el amable razonamiento de don José Miguel. Habría que hacerlo extensible a tantos libertarios que emiten aquí sus sensatas impresiones.

Hoy me he propuesto recoger aquí las opiniones simpáticas y laudatorias. Así es la de Ismael Piñero Pérez-Coca. Se considera una víctima de los recientes planes de enseñanza y, por eso mismo, agradece lo que aporta esta seccioncilla: “saber, libertad, buena educación”. No solo eso: “Su sección es simpática, fácil de leer, va directa al grano, opina y rectifica cuando lo cree necesario, es amena”. En resumen, “me crea inquietud sin enervarme”. Gracias don Ismael. Me caen bien todos los nombres terminados en –el (= apócope de Dios en hebreo). “Ismael” quiere decir “Dios escucha”. Otra cosa, el verbo “enervar” es ahora “intranquilizar”, pero hace un siglo era lo contrario, “tranquilizar”. Siempre se aprende algo.

Por lo general, suelo transcribir aquí las críticas más que los parabienes, quizá por pudor o por ahorrar pantalla o papel. Pero a veces se impone la ruptura de esa regla. Es el caso del comentario admirativo de Jesús González Suárez, que me compensa ampliamente de tantas amarguras: “Le admiro como contertulio [de la COPE], por su saber estar, [su] socarronería, callar a tiempo, recrearse cuando la situación así lo aconseja y, en fin, que a partir de ahora puede contar con [un] amigo y supongo que me conceda la categoría de ser un discípulo suyo”. Se me ocurre recordar los versos de San Juan de la Cruz: “Mil gracias derramando / pasó por estos sotos con presura; y, yéndolos mirando, con solo su figura, vestidos los dejó de hermosura”. Es un buen ejemplo de lo difícil que es introducir el gerundio en el castellano. Nada, que no pierdo ocasión para seguir con mis pedagogías.

Claro que el mejor piropo que he recibido es el que me envía José Fernando Silva. Dice este luminoso libertario: “Hace años que le sigo y le oigo, y escribe usted como si no fuera escritor”. Vamos, la imagen ideal de todo el que emborrona cuartillas. Me anima comprobar que voy aprendiendo.

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