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Amando de Miguel

Cosa viva

Se acabará enseñando a los escolares que Miguel Hernández fue un poeta de Orihuela que no pudo escribir en valenciano porque se lo prohibieron las autoridades.

El punto de vista del habla como uso social permite transgredir el principio corporativo de que solo los lingüistas o filólogos se deben ocupar de la lengua. Es el mismo principio por el que los economistas se reservan la exclusiva de estudiar el dinero o los teólogos son los únicos que se ocupan de analizar la religión. Pero todos esos objetos de estudio, y muchos más, son hechos sociales y permiten que el sociólogo, o el simple aficionado o curioso, se encaren con ellos. No obstante, esos observadores deben acarrear el riesgo de aparecer como zurupetos; terrible cosa para una sociedad tan corporativa como la española. Recuérdese el cartel ubicuo: "Prohibida la entrada a las personas ajenas a la obra". Pero lo que no se puede prohibir es mirar. A los españoles les encanta mirar cómo trabajan en una obra pública.

Otro rasgo distintivo del idioma español es que el articulado por los españoles es solo una parte pequeña del mundo hispanoparlante, de los que hablan o escriben ese idioma. De tal modo es así que, a pesar de su primacía histórica, el idioma español de España gusta de llamarse "castellano". No importa que, a su vez, Castilla (la región o la antigua corona) sea solo una fracción del territorio español. Lo curioso es que, salvo en Navarra, en ninguna parte de España se dice oficialmente que el español sea la "lengua propia" de los españoles o de parte de ellos. No hace falta. La consideración del habla como uso social nos señala que el español es el idioma común de los españoles, el único en el que se pueden entender casi todos ellos. No se puede sostener que el español sea la "lengua del Estado", a no ser ─como ahora se estila─ que "Estado" sea un sustituto para obviar el término "España". Por lo menos en el habla, está claro que el español es el idioma común de los españoles, incluso de los que no quieren serlo. Esa resistencia es otra peculiaridad de algunas tribus subpirenaicas tocadas de nacionalismo.

El habla es cosa viva. Unas palabras se van olvidando y otras se ponen de moda, de forma parecida a lo que ocurre con las prendas de vestir. Tanto es así que pueden existir palabras adscritas al correspondiente estrato etáneo del hablante. Por ejemplo, solo un español de cierta edad puede decir hoy "es la monda" (= algo muy divertido). Un joven diría que "alucina". Las modas se renuevan por muy distintas avenidas: la influencia de los medios, la imitación del inglés, el prestigio social de determinadas palabras. También cabe un último resorte: hablamos para distinguirnos. Cabe identificarse con un grupo o una época a través de determinadas palabras o expresiones que se consideran como rasgos de identidad. He aquí una lista de sutiles transformaciones en la España de la última generación:

Se decía... Se dice...

Oír

Escuchar

Dejar (un lugar)

Abandonar

Comida (del mediodía)

Almuerzo

Crédito moral

Credibilidad

En España no son muy perceptibles las preferencias léxicas según la edad o las clases sociales (siempre en comparación con el inglés). Sin embargo, se pueden anotar algunos matices. Es evidente que hay un habla de los jóvenes y otra de los adultos. El habla juvenil está contaminada de términos anglicanos (un tío estupendo es un crack) o escatológicos (un lío es un marrón). Es más, hurgando un poco, se podrían detectar algunas palabras favoritas de determinados grupos sociales o ideológicos. Por ejemplo, una persona de izquierdas o simplemente politizada dice mucho lo de en el seno de (= dentro de). Una persona de derechas, sobre todo si es mujer, emplea con deleite la exclamación de fenomenal (= estupendo).

Se dirá que lo del habla común es una entelequia. La prueba aducida es que muchos españoles se expresan preferentemente en otras lenguas que oficialmente se consideran "propias" de unas u otras regiones. Más aún, el argumento prosigue con la percepción de que en el castellano común son amplias las variaciones regionales, lo que, sin ánimo de ofender, se puede llamar "dialectos". Sin embargo, la observación nos dice que esas variaciones son mínimas si las comparamos, por ejemplo, con las que se refieren a otras grandes lenguas como el inglés. Incluso dentro del círculo más amplio de los hablantes de español en el mundo entero, las variaciones siguen siendo escasas. En España se da la paradoja de que muchos españoles creen privativas de su región e incluso de su localidad de origen un cúmulo de palabras y giros. Pues bien, se comprueba que un porcentaje alto de esos localismos no son tales; se comprenden perfectamente fuera de sus imaginarias zonas de exclusividad.

Está en decadencia la palabra región sustituida ahora por "autonomía". Así que no se sabe qué título se puede dar a los otros idiomas españolas que no son el castellano común. Lo de "autonómicos" parece una broma. Lo de "vernáculo" no se lleva. Nadie quiere ser indígena en su tierra. Cada una de esas lenguas regionales se considera "propia" de un determinado territorio, con fronteras políticas más que lingüísticas. Lo de lengua "propia" para esos casos es un disparate conceptual, puesto que el carácter "propio" se debe aplicar a las personas, no a los territorios. Resulta un sinsentido que a un habitante típico de Requena o de Orihuela se le diga que su lengua propia es el valenciano. Pero así está en las leyes. Se acabará enseñando a los escolares que Miguel Hernández fue un poeta de Orihuela que no pudo escribir en valenciano porque se lo prohibieron las autoridades.

El asunto de las lenguas regionales en España es eminentemente político y polémico. La razón es que, al declararse como lenguas "propias" de ciertas regiones, los habitantes que se expresan en castellano deben admitir que su lengua es "impropia". No es desmesura. Una persona castellanoparlante de algunas regiones donde se hablan dos lenguas puede ser castigada por las autoridades. Es lo que ocurre cuando pretende expresarse en su lengua, en el caso de que sea la española, a través de los pertinentes rótulos comerciales o de la asistencia a la escuela. Las paradojas no terminan aquí. Después de los experimentos de inmersión educativa en vasco o en catalán, la realidad es que la proporción de españoles que utilizan diariamente el idioma español es más alta que nunca. Es una confirmación de que el habla, a través de los medios y de la relación personal, es más fuerte que la lengua aprendida en la escuela. Es decir, el idioma hablado domina sobre la lengua aprendida. Muchos escolares de algunas regiones se ven "inmersos" en un idioma distinto al castellano, pero al final muchos de ellos vuelven a utilizar profusamente el castellano para sus ocios y negocios. También en su día los escolares estudiaron latín intensamente, pero luego lo olvidaron al no utilizarlo.

Es muy difícil averiguar cuántos son los hablantes de un idioma. Las encuestas sobre el uso de las lenguas regionales en España son muy poco válidas para determinar ese hecho. El sesgo procede del factor de deseabilidad. Simplemente es de buen tono decir que uno habla una determinada lengua regional. Otra cosa es que efectivamente la utilice en según qué círculos. Es el mismo sesgo por el que las encuestas sobre ocio nos hacen creer que existe una desmesurada afición al teatro o a los documentales científicos de la televisión.

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