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Amando de Miguel

Cuando el poder corrompe

La tendencia en todo el mundo es hacia la interferencia del Estado en la intimidad personal, familiar o profesional.

La tendencia en todo el mundo es hacia la interferencia del Estado en la intimidad personal, familiar o profesional.
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. | EFE

La disposición más honrada de cualquier contribuyente español actual es de sentirse oprimido por la camarilla de los que mandan. Claro que, ¿y si en el poder político se instalaran "los nuestros"? Nunca lo serían del todo; a menos que hubiera un Estado sin la obsesión de cobrar tributos, cada vez, más onerosos. Es cosa imposible. En la realidad, aun con una democracia más plena, el poder político se presenta como una oligarquía o, al menos, con trazas autoritarias. Es una especie de ley de hierro. Dejado a su natural evolución, el Gobierno más democrático tiende siempre al despotismo, ahora, sin ilustrar. La verdadera democracia exige una constante labor de crítica hacia los que mandan por parte de los contribuyentes de cualquier condición. Criticar no es ofender.

Estar contra los caprichos del poder político no es una tacha anarquista, ni nada parecido. Basta con ponerse a desentrañar lo oculto o disfrazado por los gobernantes, que no suele ser poca cosa.

No hay que fijarse en lo fácil que resulta la conculcación de los derechos humanos en las dictaduras; va de suyo. Lo verdaderamente inquietante y sutil es que, en una democracia como la española actual, el poder político interfiere, constantemente, en el círculo de la libertad del vecindario. No se puede confiar mucho en la protección del aparato judicial, pues lo controla, bonitamente, el Gobierno. En España, lo de la división de poderes es una filfa.

Baste observar el desmedido abuso de la propaganda que hace el Gobierno de forma sistemática y desvergonzada. Se trata de una gigantesca malversación de los recursos públicos. Uno de los métodos de la agobiadora propaganda gubernamental es la forzada colocación de algunos altos cargos en los programas de la radio o la tele para ser entrevistados. Solo que se produce un efecto no deseado al comprobar la audiencia que los intervinientes no pasan de un discurso mediocre. Lo trufan con las consabidas muletillas: "muy importante", "en cualquier caso", "de alguna manera", "absolutamente", "más allá de", etc. Con ellas intentan tapar la vacuidad de ideas.

No es ningún consuelo imaginar que los males que trae la acción del actual Gobierno español se reproducen en otros países, sean o no democráticos. Antes bien, es razón de más para alarmarse. La tendencia en todo el mundo es hacia la interferencia del Estado en la intimidad personal, familiar o profesional.

La consecuencia lógica es que un Gobierno de mediocres se rodea de altos cargos, situados en la misma línea de la medianía. Lo que es peor, una combinación de ese estilo deja satisfechas a muchas personas, simplemente, votantes. Es una especie de servilismo latente hacia el poder.

En la España de hoy se ha dado el caso de que los servicios públicos de asistencia social para niñas "vulnerables" se conviertan, realmente, en ocasiones para prostituirlas. En los publicitados sucesos de "violencia de género" (contra las mujeres), se manifiesta esta desfachatez de prescindir de la "presunción de inocencia" para los varones acusados. Sobre este particular y otros muchos, se ha hecho proverbial la mendacidad de las declaraciones del jefe del Gobierno y de la recua de portavoces que hacen de heraldos del poder.

Lo anterior no se reduce a tecniquerías de orden jurídico. Dicho de un modo abrupto y verdadero: En la España actual, la llamada "violencia de género" se agrava, precisamente, por la forma con que lo afronta el feminismo militante. Se ha aposentado de todo un Ministerio para esa labor.

Otro ejemplo de la radical corrupción de la política progresista es la tendencia de sustituir la enseñanza por un proceso continuo de educación permanente. Se dirige a todo el censo a lo largo de la vida y no, solo, en la etapa de la minoría de edad. El ideal implícito es que todos los habitantes con salud suficiente y en todas las cohortes de edad deberían estar aprendiendo algo. En el fondo, se esconde la vieja querencia del adoctrinamiento de la población por parte del Estado.

Entre tanto, la sociedad discurre con tendencias asaz preocupantes, y no me refiero a la economía. Por ejemplo, el censo español camina hacia un decremento demográfico (más óbitos que nacimientos). Sería conveniente invertir una tendencia tan desgraciada, que, por otra parte, es común a otros países europeos. La solución de rellenar el previsible déficit poblacional con la inmigración masiva de inmigrantes africanos o asiáticos produciría una especie de vacío cultural nada alentador.

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