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Amando de Miguel

El ambiguo delito de odio

A veces, se confunde la observación de las diferencias entre varones y mujeres con el odio hacia el sexo femenino (y no del género, por favor).

El odio es un sentimiento profundo y persistente de repulsión por algo desagradable, molesto o amenazante. Lo extraño es que pueda haber un delito para castigar un sentimiento. Parece contradictorio con el derecho a la libertad de expresión, el cardinal de una democracia.

En la España actual, se manifiestan continuas expresiones de odio colectivo; por ejemplo, de los "indepes" catalanistas contra el resto de los españoles, incluidos los que residen en Cataluña. O también, el que sienten muchos políticos, bien instalados, de izquierdas o de derechas, hacia los integrantes de Vox. Solo, que a nadie se le ha ocurrido que tales sentimientos de odio colectivo se incluyeran en el supuesto del delito de odio.

El Código Penal español no tiene 200 años de vigencia, como asegura la indocumentada Adriana Lastra. La última versión es de finales del siglo XX. En él se encuentra tipificado el delito de odio (art. 510). Contiene una redacción premiosa, sesquipedálica, con 76 palabras entre punto y punto. Se castiga a "quien, públicamente, fomente, promueva o incite al odio". Se cita, expresamente, "el desprecio a los miembros de una etnia, raza o nación, las personas de un sexo o de una forma de orientación sexual". Es decir, en contra de la interpretación usual, no se castiga a las personas que odian a ciertos tipos de personas, sino a las que promueven el odio contra ellas. Parece una conducta difícil de demostrar. No queda claro, sobre todo, por qué el odio parece circunscribirse a grupos étnicos, a las mujeres y a los homosexuales o similares. No se entiende por qué no se incluyen otras formas de odio, por ejemplo, hacia los suegros o los cuñados del sujeto.

No es broma, el odio hacia los homosexuales se tilda de "homofobia". Es un absurdo palabro, pues "homo" quiere decir "igual o semejante". "fobia" es tanto como odio. Hay temor a llamar a las cosas por su nombre.

No se entiende muy bien la obsesión de los que mandan en España por castigar, de forma destacada, el odio hacia las mujeres o los homosexuales. Nunca, como ahora, en toda la historia, han ascendido tanto las mujeres a puestos de responsabilidad profesional o pública. Sin ir más lejos, la mayoría de los nuevos jueces son mujeres; en el pasado cercano solo podían serlo los varones. Es evidente, también, que no existe una notoria discriminación contra los homosexuales. Por ejemplo, el juez Fernando Grande es un notorio homosexual y ejerce de ministro del Interior. El gran Segismundo Freud habría construido una monografía con ese caso.

Otra cosa es que a mucha gente desagrade, profundamente, el rito de una pandilla de homosexuales, que organizan una especie de orgía, con el aditamento ritual de grabar, con un objeto punzante, la palabra "maricón" en las nalgas de uno de ellos. O también, no es extraña la animosidad general del vecindario contra las bandas (en muchos casos, de inmigrantes ilegales), que "okupan" las viviendas.

A veces, se confunde la observación de las diferencias entre varones y mujeres con el odio hacia el sexo femenino (y no del género, por favor). Claro que existen tales diferencias. Por ejemplo, toda la vida ha sido más alta la propensión al suicidio masculina que femenina. No es ningún desdoro para nadie. Por cierto, otro hecho es que las tasas de suicidio, en la España actual, como hace un siglo, estén entre las más bajas del mundo. Lo digo por el reciente movimiento de jovencitos airados para pedir más dinero al Estado con el fin de prevenir el suicidio, un objetivo asaz peregrino. Cierto que, en España, están aumentando las tasas de suicidio; pero, es una consecuencia del envejecimiento de la población. Otra constante es que los viejos se suicidan más que los jóvenes. No son razones para odiar a nadie.

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