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Amando de Miguel

El arte de hacer y de leer encuestas

En España contamos con la peculiaridad del CIS, fundado por Manuel Fraga Iribarne en los amenes del franquismo.

Quiero decir "el difícil y placentero arte de levantar y de interpretar encuestas", que eso es leerlas. Por desgracia, la acción de leer está perdiendo su auténtico significado. En el latín nutricio, legere acarreaba un sentido de estar atento a la información percibida, que incitaba a pensar. Hoy, por el contrario, cuando se leen las pantallas de los móviles, tabletas u ordenadores, se trata más bien de una visión rápida, efímera. Pasó el tiempo en el que los viajeros de un vagón de ferrocarril o de metro pasaban el rato del trayecto con un libro o un periódico en las manos. El equivalente actual es la consulta obsesiva a una pantalla con textos e imágenes en constante movimiento. La unidad de la comunicación escrita actual equivale a 140 caracteres.

Un cambio tan radical en la actividad lectora afecta también a la información que proporcionan las encuestas. Se trata de echar un golpe de vista a unos porcentajes, a ser posible trasladados a gráficas. Pero eso no dice gran cosa, sobre todo cuando los porcentajes (como es sólito) se escriben con un decimal. Es más, tal aparente precisión suele ser un síntoma de que la encuesta se encuentra falsificada por algún lado. Baste recordar que el error estadístico de muestreo, inevitable en todos los sondeos, supera ampliamente el uno por ciento. Por lo que el decimal añadido a un porcentaje entero confunde más que aclara.

Tuve el privilegio de estudiar en uno de los centros donde se realizó la innovación de las encuestas con un criterio científico: la Universidad de Columbia en Nueva York. Allí recibí la instrucción de uno de los inventores del género, Paul F. Larzarsfeld. Al tiempo, trabajé cotidianamente durante tres años con Juan J. Linz, otro profesor de la Columbia, analizando los datos de las primeras encuestas que habíamos levantado en España. Tras ese privilegiado aprendizaje he tenido la oportunidad de levantar cientos de encuestas en España.

La conclusión práctica es que, en un sondeo bien hecho, no interesa tanto la altura de los porcentajes totales como la relación que se establece entre esos resultados y otras variables. Son las que se refieren a los factores biográficos o de actitud de los entrevistados. De esa forma se llega a precisar lo verdaderamente interesante y fecundo: cómo y por qué determinados individuos expresan unas u otras opiniones.

Pues bien, ese análisis detallado es lo que suele faltar en la difusión de los resultados de las encuestas al uso. Sobre todo en las electorales, parece que lo que priva sea averiguar cuántas personas van a votar a este o al otro partido. Pero ese dato es poco interesante, aparte del error estadístico que puede acarrear. El interés reside en determinar, con el mayor cuidado posible, la relación que se puede predicar entre uno u otro tipo de entrevistado y su opinión política. Por desgracia, tal precisión es la que casi nunca se transmite en las encuestas electorales al uso. Sospecho que la mayor parte de los encuesteros no saben hacerlo mejor. Si se esmeraran un poco más, no encontrarían lectores de sus sondeos. Por eso suelen dar los porcentajes con un decimal, una especie de tocomocho de la Sociología empírica.

En España contamos con la peculiaridad del CIS, fundado por Manuel Fraga Iribarne en los amenes del franquismo. Es el encargado oficial de levantar encuestas. A pesar de ser un centro oficial, en su ejecutoria ha predominado la profesionalidad, muy por encima de la afiliación política. Tal constancia se ha roto ahora por primera vez con el actual presidente del CIS, que es un destacado miembro del aparato socialista. Dejo al lector inteligente que saque sus conclusiones. El mínimo consejo es que, al leer las encuestas, trate de redondear los porcentajes con un decimal al entero más cercano.

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