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Amando de Miguel

El exceso de énfasis

El idioma español hablado resulta de por sí enfático, comparado con el inglés, por ejemplo, e incluso con el español trasatlántico. Los españoles no necesitaríamos hacer el signo de las “comillas” con las manos cuando queremos entrecomillar una palabra en el discurso oral. Si lo hacemos así es por imitación de la moda anglicana que nos invade a través de las películas. Con todo, los usos lingüísticos nos llevan a poner todavía más énfasis en la conversación, en el discurso oral. Los políticos imponen un lenguaje no ya enfático sino campanudo. Se suele advertir con la entradilla del “mire usted” o equivalente. El conversador que se expresa en catalán pide al interlocutor que le escuche, pero el que habla castellano demanda que el otro le mire. El énfasis va a ser no solo con el acento, la entonación, sino con el gesto. A veces el gesto traiciona al orador, por ejemplo, cuando no sabe coordinar el movimiento de las dos manos al tiempo. En ese caso necesita dar un énfasis exagerado a las palabras. Lo malo del lenguaje campanudo es que suele desplazar la sustancia de lo que se dice. En cuyo caso tenemos un hablar hueco y falso.

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